04 enero, 2009

Y siguen los nocturnos

Este es uno de los últimos poemas que escribí el año pasado para un libro que aún no se publica. Iré subiendo algunos más en las siguientes semanas.

simplemente nocturno

un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores

William S. Burroughs (Naked Lunch)

en tu habitación estamos fuera de la noche
                                ―desde adentro 
enmudecemos nuestros secretos bajo la espesa bruma de música y cigarros
la lluvia nos une y nos desune 
sin siquiera tocar el tema perpetramos el crimen
algo leemos en tu libro de la imaginación
un ramillete canceroso de Baudelaire
un jardín de obscenidad al que nos atrevimos entrar
un escenario propicio para la noche
porque la noche (belongs to lovers / belongs to lust)
al final de la noche ―a puerta cerrada
una ciega locura derramada como esa sombra en tu rostro
y bajo tus pestañas
cualquier cosa
un deslizarse en la memoria de canciones anestesiadas
o el que tu blusa se levante dejando al descubierto tu vientre liviano, atemporal
y en tu soledad, estando yo a tu lado
escribes INOCENCIA 
y algo sobre tu almohada
algo que me causa gracia

quizá sea la fatiga en tus ojos
o quizás el que la lluvia cesara
entiendo la indirecta
quieres que me vaya
además, no tengo sombrero para dejarlo sobre tu cama
me adueño del negro útero
(donde la metamorfosis hace del camino
un violento ir de la mano con la ebriedad 
que danza y sueña 
lo que podría no ser auspicio de la realidad)
goteante y desierta ciudad en penumbra
misterio de una ambigua despedida

dónde ha quedado la muerte
cerrando la persiana sin siquiera echar una última mirada
un filtro del atardecer al alba
en la ceguera de tenerme frente a tus ojos
y no preguntarte dónde es que realmente ha comenzado
porque la noche comienza en un sitio y no en un tiempo determinado
todo ha sido un vivir al límite
sin preguntarnos 
sin echar un último vistazo a los cadáveres que atiborran el armario
sencillamente el no preguntarnos dónde es la esquina en que comienza la noche
dónde nació este sentimiento por ti
dónde nació tu rencor hacia mi
no cuándo sino dónde
dónde dónde
dónde tu sonrisa
dónde el tímido destello de ese primer cruce de miradas
dónde el efecto mariposa
de mi pluma deslizándose
haciéndole el amor a la página en blanco

                                     y dónde 
                                    dónde entre la niebla
                                    dónde comienzan tus piernas

eso jamás lo sabré…


J. S. Cainiz

01 enero, 2009

Voy a empezar el año matandome suavemente

El presente texto, aunque bastante ingenuo y en un estilo muy primerizo, es a consideración de un servidor el inicio de una carrera literaria que todavía no despunta. Si bien unos pocos años antes de escribirlo ya tenia la inquietud de las letras (por aquel entonces pretendía guionizar comics), fue hasta el momento de realizar ese primer intento de ensayo entre literario y filosófico (precisamente como tarea para la clase de lectura y redacción del segundo semestre de Filosofía, o sea que sin recordar la fecha exacta, fue redactado y presentado en marzo de 2003), que al ser leído ante un reducido público de condiscípulos y recibir una serie de comentarios aprobatorios que denotaban reacción ante ese primer intento por dar a conocer un pensamiento que de otro modo sólo habría quedado en el tintero, por lo que encontré mi vocación de autor.
 Si digo que el escrito que están por leer (y ya parece como si anunciara un inédito de Rimbaud) me condujo de lleno al terreno de las letras, fue por un incidente inmediatamente posterior a su lectura. Sucede de una compañera de clase, con la que hasta ese momento no había tenido el menor contacto (a no ser un impersonal cruce de miradas), me preguntó si podía ceder mi texto para que se publicara en un fanzine que venían realizando en su pueblo, yo le dije que claro (además de que me sentí halagado), e incluso realicé una ilustración la cual por cierto jamás me fue devuelta. El resto es historia; si bien creo que nunca se publicó, el mero hecho de que alguien se interesara de esa forma por algo que yo había escrito, fue un motivo importante para que decidiera dedicarme de lleno a las letras. El otro motivo fue que por esa misma persona comencé a escribir poesía. 
 Ahora si los dejo ante el texto, confieso que al releerlo después de tanto tiempo (al parecer toda una vida), recordar, reflexionar, que sé yo, caer en la cuenta de que a pesar de encontrarlo ingenuo y con una gran deficiencia de estilo, ya aparecía el yo esencial, quien a pesar de encontrarse más preparado y con un amplio kilometraje de lecturas, descubre que en lo esencial sólo un pensamiento vivo se mantiene a través de incontables aspectos.
 Disfruten. 

J. S. Cainiz



Lady muerte o de la chaqueta metafísica


“El día que sabes que vas a morir
dejas de ser niño”






El otro día me encontré a un pseudo-punketo con su gastada bandera de “no hay futuro”. Por el momento lo miré, y recordé que antes yo también pensaba como él. Y aunque ahora pienso diferente, concuerdo en que no hay futuro, de hecho, hay presente. Claro, de todas las generaciones de jóvenes, desde los años 50, han emergido una y otra vez de las fauces de la conformidad, tratando de superar las trabitas que les pone la sociedad. Sin embargo, considero que las energías gastadas en banalidades, pueden enfocarse en problemas más trascendentales.
 Muchas veces hemos pensado de esa manera, tratar de salir del abismo de la mediocridad, y el día de hoy atestiguo ante ustedes que la esperanza ha muerto. Me vale lo que pase mañana (es más, quizás amanezca muerto). Sólo me importa lo que estoy haciendo hoy. Precisamente escribo este elogio a lo absurdo. Si la voz que lo transmite es precisamente la mía, vaya, sigo aquí… Pero ya no es hoy, bueno sí, es hoy, pero no el hoy en el que estaba escribiendo, sino el hoy en el que se lee este texto terminado. Perdón, no soy bueno con los tiempos verbales. Mejor ocupémonos del título.
 Cuando oímos hablar de la muerte, ¿qué imagen tenemos de ella? La más común: una calavera encapuchada, con su guadaña, guiándonos hasta el Aqueronte donde el lanchero Caronte nos traslada al infierno de Dante. Esa es la visión romántica de la muerte. Sin embargo, su verdadera cara se nos presenta todos los días en los medios de comunicación: atropellados, ahorcados, asesinados. Tan es así que la vemos como algo cotidiano. Claro, se trata de extraños que ni siquiera conocimos, pero hay ocasiones en las que le toca a un conocido, alguien muy cercano, o incluso en tu propia familia.
 Mucho se ha hablado del tema, pero de lo único que estamos seguros es que vamos a morir; después de la muerte no sabemos lo que nos espera, nadie ha vuelto de la muerte para contarlo. Lo anterior, podríamos clasificarlo como principios básicos de la muerte, aunque no nos ayuda a explicarla. Para este propósito tenia pensado mencionar la visión de las religiones en torno a la muerte, pero no creo que aporte a mi estudio beneficio alguno, antes bien, lo cargarían de misticismo. Y aunque me siento atraído por todo lo que huele a metafísica, prefiero estudiar a individuos que no estén comprometidos con credo alguno, antes bien, que traten de no estar en conflicto consigo mismos. Por el contrario, muchas de las religiones buscan reprimir los impulsos más oscuros del hombre, creando una angustia al no poder cumplir las normas restrictivas, impuestas para mantenernos en el guacal.
 Con los antecedentes expuestos, comenzaré por solucionar la incógnita ¿por qué le tememos a la muerte? Para resolverla primero tenemos que remontarnos al momento en que se da el temor a la muerte. En la filosofía popular hay un dicho: la vida empieza a los cuarenta años; luego escuché a alguien decir: para que tanto pinche preámbulo, y yo le digo a ese alguien, en verdad la vida comienza a los cuarenta años (no se aplica a quienes no llegan a esa edad, pues a ellos casi siempre les cae la muerte por sorpresa), pues es hasta entonces que tomamos conciencia de que vamos a morir ¡se ve, se siente, la muerte está presente! Cuando estás chavo, todo te vale, no te preocupas por el día de mañana; pero en cambio llegas a los cuarenta (en los hombres a los 41 ¡esa edad difícil!), y sabes que estás a la mitad del camino, que la muerte es inevitable.
 Una vez que hemos encontrado el momento del temor, definamos el por qué nos preocupamos por ella. Para demostrarlo me apoyaré en el sexto de los nueve principios satánicos formulados por Antón Szandor LaVey (el finado papa negro): Satan representa responsabilidad para los responsables, en lugar de preocupación por vampiros psicológicos (1). Toda preocupación es vana y puede ser resuelta, en cambio la muerte (vampiro o no quién sabe), esa sí te chupa hasta el tuétano. Pero no te preocupes, siguiendo a Epicuro: 

La vida no existe por una razón determinada: es accidental. No tiene ningún fin ni creador alguno con el que esté en deuda. Así como apareció por azar, sin que nada la causara, así terminará también, sin que quede nada ni haya efecto perdurable sobre otra cosa. Puesto que el alma como el cuerpo, es material, no puede sobrevivir a la extinción de éste. Sus finos átomos se dispersarán en el aire como humo. ¿Por qué entonces sentir miedo? (2)





 Tomar a la muerte por inevitable, siempre será una filosofía fatalista. Sin embargo, yo prefiero rendirle culto, no como rendirle culto a la Santa Muerte, sino saber que nuestra esencia se define a partir de tomar conciencia de nuestra finitud. Retomando lo de filosofía fatalista y citando al Fedón de Platón: Los verdaderos filósofos hacen del morir su profesión. (3)
No propongo un nihilismo, aunque parezca que recomiendo la muerte como lo mejor, sino que se le dé su lugar, que la tengamos presente y aceptemos su importancia como modeladora de nuestra esencia. Para explicarlo con mayor contundencia, me remito a una cita de Cioran: Si la razón desautoriza el apetito de vivir, la nada q2ue ha ce prolongar los actos es sin embargo de una fuerza superior a todos los absolutos… No sólo es el símbolo de la existencia, sino la existencia misma; es el todo. Y esa nada, ese todo no puede dar un sentido a la vida, pero la hace al menos perseverar en lo que es: un estado de no-suicidio. (4) En pocas palabras, la razón de ser de la existencia es la muerte. Aunque considero que sí puede darle cierto sentido a la vida, de cualquier forma, lo veremos más adelante.
En cierta forma, ya dijimos por qué abandonarnos a ella, pero no la hemos definido. La verdad, la muerte no puede ser explicada, pues en sí misma no es nada. Aquí es conveniente señalarlo, nada se enseña respecto a la muerte como tal, quizá en compensación, tenga mucho que decir acerca de la vida. Aún así, trataré de explicarla a través del “no-ser” de Jean Paul Sastre. Supongamos que esperamos a alguien en un lugar y hora determinados, una cafetería por ejemplo. Estamos conscientes de su ausencia y sin embargo, ninguno de los objetos a nuestro alrededor manifiestan esa ausencia, el lugar es una “plenitud de ser”. El no-ser de esa persona no proviene de la cafetería, por lo tanto hay otra base para estar conscientes de esa ausencia: La condición necesaria para que sea posible decir no es que el no-ser sea una presencia perpetua, en nosotros y fuera de nosotros; es que la nada infesta al ser. (5) Cuando estamos conscientes de algo, es la ausencia la que estimula nuestra conciencia. Tal vez no se explicó a la muerte, pero lo que trato de explicar, es cómo sentimos la muerte de un conocido. Aunque sabemos que sus restos reposan bajo la tierra, no podemos percibir su esencia y esto hace que lo extrañemos.
La siguiente interrogante, ¿qué pasa cuando estamos conscientes de la finitud? Para resolverla, debemos interpretarla en dos sentidos: en qué consiste y cómo nos afecta. Para lo primero me apoyaré en Kierkegaard, el cual aunque autonombrado como “autor religioso”, me resulta interesante, porque antepone su búsqueda de la fe a su religión. Es decir, se plantea el problema de llegar a ser cristiano, por lo cual no está comprometido con credo alguno. La muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive. (6) Lo que quiere decir, es que no vemos a la muerte como el límite de la vida cuando alcanzamos la vista al futuro, ya que si no fuera por ésta, de hecho no veríamos hacia delante en absoluto. Si fuéramos inmortales, no tendría caso preocuparse por las consecuencias de nuestras acciones presentes a largo plazo. Quizá no sea una explicación extensa, pero es simple.
Pasando a la manera en que nos afecta la finitud, cabe aclarar que busco explicar cómo nos afecta, no nuestra propia finitud, sino la de quienes se nos adelantan en el camino. Y quien más se acerca a mi propósito es el maestro Vega Gil: La fuente de la eterna juventud es un ataúd, un hoyo en la tierra, el horno de un crematorio. Los que mueren se llevan tu lozanía, tu inocencia, tu alegría. Los viejos somos los que no nos podemos quitar el traje de luto, los que nos aferramos a la sobrevivencia llenos de miedo, los que nos negamos a ver en la muerte el último rito de la vida. (7) Se oye cruel, pero es la realidad, es como despertar a las dos de la madrugada por un sobresalto, estabas soñando con tu primo que se fue, y te dices: tenia toda la vida por delante, y sin embargo seguirá eternamente joven en tu mente, mientras tú te haces viejo, pero… por cuánto tiempo. 
A lo largo de estas líneas, no he definido mi postura, nihilismo o sobrevivencia, ¿qué es mejor? Y aunque no soy quién para aconsejar, creo que hay alguien con la respuesta, el escritor ingles Warren Ellis: Después de esto no hay nada, ¿saben? no hay pecados, no hay infierno para que ardan los bastardos… este es todo el tiempo del que disponemos; no podemos permitir que nadie nos lo arrebate. (8) Tal vez lo mejor sea vivir el momento, saber que somos efímeros y aprovecharlo al máximo.
Cuando comencé el texto, dije que no tenía esperanza, y sigo sin tenerla, sin embargo, no por ello dejaré de buscar el por qué quizá sea una paradoja lo que propongo, pero ahí va: nuestra razón de ser, es precisamente no tener lugar dentro de la naturaleza y al mismo tiempo, aferrarnos a lo único cierto y verdadero “la muerte”; ambas condiciones son las que nos otorgan individualidad.
Tal vez no descubrimos qué es la muerte. Del por qué no estoy seguro, pero, quizá la respuesta esté en un verso de Billy Blake: si las puertas de la percepción se limpiaran veríamos al mundo tal como es, infinito. Pero mientras trato de quitarles el cochambre a las desvirgadas niñas de mis ojos, me quedo con mí imagen de la muerte: debajo de la capucha se esconde una bella rubia de proporciones esculturales, que además, te hace el favor…de acabar con tu triste existencia. 



CITAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Suplemento del Sol del Centro No. 507. Leyendas y realidades del satanismo. Ever Reyes (21 de enero de 2001).
2. P. Carse, James. Muerte y Existencia, FCE, 1987, p. 60.
3. Platón, Dialogos, UNAM, 1988, p. 104.
4. Cioran, E. M. Brevario de podredumbre, Ed. Punto de lectura, p. 46.
5. Op. Cit. Muerte y existencia, p. 395.
6. Ibid. p. 490.
7. La mosca en la pared No. 43, p. 32.
8. Planetary No. 3, Wildstorm/Vid, p. 17.