Este
no era un gato de Cheshire, ergo, Alicia no le preguntó el camino para salir
del lugar en que se encontraba. Pero si le preguntó esto:
─¿Qué debo hacer para salir de esta novela?
Pero el gato, que no era un verdadero gato de Cheshire, no
le contestó.
Alicia pensó que era una descortesía que el gato no le
respondiera y se fue ofendida. Lo que no sabia era que cualquier camino que
tomara la llevaría al mismo sitio: el corazón mismo de esta novela.
En realidad su nombre no es Alicia, pero como su verdadero
nombre no es tan apropiado para lo que sigue sólo llamémosla Alicia.
Hay ocasiones en las que está de más preguntar. Cosas
ocurren, es inevitable prever las incómodas eventualidades. Sólo es menester
situarse en un punto que no afecte el oscilar de la balanza. No hacer la
diferencia jamás había estado tan ad hoc como ahora.
Aparece en escena un interlocutor capaz de sostenerle la
mirada a Alicia.
─Te lo haré fácil. Podemos tener un dialogo imposible o
podemos hablar de lo que sea.
─Esas no parecen opciones reales.
─Quién dijo que te daría opciones, dije que te lo haría
fácil.
─Okey, hablemos de lo que sea, de cualquier modo terminará
por ser un diálogo imposible. Pero por dónde sería bueno comenzar… no sé quién
eres, no sabes quién soy, ese sería un buen punto de partida, pero ahora me
encuentro demasiado cansada para una tediosa presentación.
─Suena justo, no diremos quienes somos. Únicamente nos
ocuparemos de decir sin realmente decir.
─Lo que sea.
─¿Quieres saber cuál es el secreto del universo?
─Dime.
─Dios es un concepto mediante el cual medimos nuestro
dolor.
─¿Ese es el secreto? ─preguntó Alicia en tono irónico─,
pero si sólo es el primer verso de una canción de Lennon, God.
─¡A por ellos!
─¿A por quienes?
─Es una expresión, Cari.
─¿Cari? ¿Por qué me dices así?
─Contigo no se puede, guapa ─dice el interlocutor sin
nombre mientras la mira a los ojos. Contempla su expresión ausente, pero sabe
que ella está por ahí, en algún lugar─. Lo que quiero decir es que se está a
gusto contigo.
Ella no dice nada, hace una mueca que intenta parecerse a
una sonrisa pero carece totalmente de encanto. Podría esforzarse y hacerlo
mejor, un gesto gracioso, disimulado, como no queriendo.
─Pareces enojada con la vida.
─¿De verdad?, dime más ─al decir esto Alicia hace una breve
pausa, pareciera que va a tomar aire, luego continúa, pero esta vez con gesto
distraído y casi susurrando─ como si realmente me importara.
─No pareces convencida de lo que a primera vista pueda
decir de ti.
─Me sostienes la mirada, eso sería bastante para muchos.
─Quizá bastante pero no demasiado.
─¿Cuál es la diferencia?
─Tener bastante es una cuestión de saciedad y tener
demasiado asunto de sensibilidad.
─Por ahora te lo acepto, ya veremos si más adelante tu
premisa se sostiene.
─¿Quieres decir que no crees que se pueda tener demasiado?
─No si tu pretensión es dar el mismo énfasis que Rimbaud.
─El qué.
─Aquello de: ¡he tenido demasiado!
─No. Esa no es mi pretensión ─dijo con aire abatido el
interlocutor sin nombre.
─Claro, Rimbe lo dice con hastío, «j’en ai trop pris»,
tú en cambio, intentas lanzar un grito de júbilo, algo así como que alcanzaste
el orgasmo.
─Saciedad, sí.
─Ese es el problema de leer traducciones, el problema con
todo.
─Incluso la alteridad.
─Especialmente la alteridad.
─Y qué es lo que hacemos… imposibilitados para realmente
conocernos.
─Ese es tu problema, yo no tenía la menor intención de
iniciar el contacto.
─¿Y por qué atendiste a mi pregunta inicial?
─Porque me miraste a los ojos… y creíste mirarte en ellos.
El interlocutor sin nombre se queda callado. No puede
disimular el de pronto sentirse incómodo. Ella ya lo ha descifrado, y él ni
siquiera está cerca. Ella es un enigma.
─¿Serías mi esclavo? ─dijo Alicia con la mayor naturalidad,
como si pidiera una taza de café, o pidiera que se llevaran la mantequilla y
mejor le trajeran mermelada para untar en su tostada.
─¿Qué?
─Lo que oíste, no me hagas repetirlo.
─¿En que consistiría que lo fuera? ¿Habría un contrato de
por medio? ¿Tengo que responderte en este momento?
─Eres cobarde, pero me gusta tu actitud.
─¿Es malo que sea cobarde?, es decir, ¿eso me quita puntos
contigo?
─Es malo si lo eres pero te engañas creyendo que no lo
eres.
─A veces nos engañamos.
─¿Crees que soy bella?
─Sí.
─¿Crees que siempre lo seré?
─Por supuesto.
─Te engañas… y me haces perder mi tiempo.
─Yo sólo quiero conocerte, saber un poco de ti.
─Qué te puedo decir, tengo 23 años y algo de suerte para atraer
a las lesbianas, y por cierto, no soy lesbiana, aunque a veces pienso que
preferiría ser hombre, pero de ser así te aseguro que andaría con hombres; fumo
cigarrillos incluso en la ducha; hace poco empecé a escuchar a los Pixies y me
gustaron, en serio, creí que sabía de música, pero cuando me los recomendaron
comprendí que había mucho más en la vida; soy egoísta, muy egoísta, no tienes
idea; ya no tengo gatos, el último que tuve me engañó fingiendo su muerte,
todavía no me repongo de eso; en ocasiones duermo doce horas, mi meta es dormir
dieciséis horas al día; no creo en el alma y me gustan las explicaciones que la
ciencia da al por qué de las emociones; las preguntas que me hago son del tipo
¿qué haces cuando estás solo y no duermes?; cuando me despido de alguien o
salgo de algún lugar nunca volteo hacia atrás─. Luego de decir esto, Alicia
guarda silencio un momento y agrega─. ¿Alguna otra cosa que quieras saber?
─Tu número de teléfono.
─¿Qué quieres de mí?
─Quiero saber más, quiero saberlo todo, quiero darte mi
alma y que tú compartas un poco de la tuya conmigo.
─Qué absurdo. Además, te dije que no creo en el alma.
─No importa. Lo que para mí es el alma, cómo decírtelo para
que me comprendas… es ese algo que te hace ser quien eres y no alguien más, no
es algo que se pueda explicar o se pueda decir si está en algún lugar
especifico en nuestro interior, quizás ni siquiera necesites preguntártelo,
sólo creer que hay algo.
─¿Esa es tu definición de alma? Prefiero seguir atenida a
la vulgaridad de la materia.
─Tal vez fui demasiado romántico en mi definición, olvida
todo eso, lo que para mí es el alma para ti puede ser equivalente a la
voluntad, ¿posees una voluntad, no es cierto?
─Claro que la poseo, pero a veces prefiero dejarme llevar.
─Y por qué no dejarte llevar conmigo.
─No lo sé, sigo dudando de tus intenciones.
─Temes que no sea honesto.
─Por el contrario, lo que temo es que estés convencido de
tus palabras.
─Lo que quiero es ayudarte.
─Conque quieres ayudarme, yo no te he pedido ayuda, ni creo
necesitarla.
─Tal vez no pidas ayuda, pero te hace falta algo.
─Supongamos que me hace falta algo y no estoy diciendo que
así sea, dudo que tú puedas dármelo.
─Nueva estrategia. ¿Eres Feliz?
─Define felicidad.
─No voy a caer en la trampa. ¿Tienes la vida que quieres?
¿Desearías que las cosas fueran como tú quisieras que fueran?
─Las cosas no tienen por qué ser como uno quiere, ¿cierto?
─Cierto.
─Te haré daño, si te quedas conmigo te haré daño, y
terminarás resentido, odiándome, y querrás vengarte.
─No, no lo haré, cómo podría odiarte.
─¿Es que no lo ves? No te convengo.
─No sabes lo que me conviene, ni siquiera sabes lo que te
conviene, no sabes lo que quieres.
─Sé lo que no quiero.
─Eso no basta.
─Para mí sí.
─No te creo
─¿Qué diablos quieres de mí?
─Ya te lo dije, quiero ayudarte.
─No, no te creo. Déjame en paz.
─No te voy a dejar en paz.
─¿Qué chingados quieres?
─Ya te lo dije… ayudarte.
─Sabes qué, yo me voy ─dice Alicia en un tono de completo
fastidio, da media vuelta, está a punto de irse, el interlocutor sin nombre la
sujeta del brazo, con suavidad, sólo para hacerle saber que no la dejará ir,
ella intenta zafarse, y entonces él la sujeta con más fuerza, pero no la
lastima, eso la hace reaccionar─. Está bien, te escucho.
─¿Qué ocurre contigo? ¿Alguien te lastimó mucho en el
pasado? ¿Puedo hacer algo por ti sin que sientas que lo hago con una doble
intención?
─No es como tú crees. No eres el problema, lo que quieres
hacer por mí no es el problema, bueno, no del todo. Has sabido ganarte mi
confianza, te contaré la verdadera razón.
─¿El origen de tú tristeza?
─No precisamente… algo por el estilo.
─Te escucho.
─Es… cómo decirlo… son mis sueños, tengo extraños y
terribles sueños. Despierto y aun creo estar en mis sueños, necesito de unos
minutos para reajustarme a la realidad y cuando eso ocurre olvido lo que había
soñado. Un día me quedé dormida, no sé de qué iban mis sueños, y cuando
desperté me encontraba aquí, en este lugar, en esta vida, no sé explicarlo,
pero creo que este es un sueño.
─¿Quieres decir que todo esto es un sueño, que yo no existo
y que tú eres una extensión de tu ego y nos estás soñando?
─Quizás. Pero también pienso en la posibilidad de que este
es el sueño de alguien más y eso me perturba aun más.
─Y el problema con que quiera ayudarte, es acaso porque
crees que esto no es real, o peor aun, que yo no soy real.
─Por el contrario, sé que eres real, no me preguntes cómo
pero lo sé.
─Entonces… ¿cuál es el problema?
─No lo entiendes. No puedo confiar, sé que eres real, y te
has portado de lo mejor conmigo, como nadie lo ha hecho en mucho tiempo, pero
tengo miedo.
─Sólo ha de ser un poco de paranoia.
─Paranoia dices. No me entiendes, no sé por qué creí que
entenderías. Mejor me voy.
─Espera, te propongo algo, empecemos de nuevo, finjamos que
no hemos tenido esta conversación, finjamos que acabamos de vernos y volvamos a
empezar.
─Ya es tarde para eso.
─Nunca es tarde, no mientras estemos aquí y ahora.
─O en otro lugar, mañana y a la misma hora.
─En serio, podemos hacerlo.
─No se puede, ya lo he intentado, todo salió mal.
─¿Y entonces? ¿Qué es lo que va a pasar?
─¿Qué quisieras que pasara?
─¡Ahora tú me preguntas!
─¿No te parece divertido?
─¿El qué?
─Esto, seguir aquí sin llegar a ningún sitio.
─Veo que te has puesto de buen humor. Será acaso porque me
has hecho olvidar el ofrecerte ayuda.
─Vuelves con lo mismo. Contigo en verdad no se puede. No
entiendes. No has comprendido nada de lo que te he dicho. No quiero ayuda, es
peligroso.
─¿Por qué es peligroso?
─Porque la necesito.
─No comprendo.
─Claro que no comprendes.
─Ayudame a comprender.
─Eso intento, pero te cierras demasiado. Está bien… hmmm…
ya está, lo tengo. Tú quieres ayudarme, pero yo no quiero tú ayuda, ni la de
nadie. Sé lo que puedes hacer por mí: Ayúdame a no necesitar ayuda.
─Eso ya lo había escuchado antes, es como un verso de
Alejandra Pizarnik: ayúdame a no pedir ayuda.
El interlocutor sin nombre no sabe qué pensar. Esta chica,
Alicia ─él no sabe que la llamamos así─ lo ha llevado más allá del
desconcierto. Incluso comienza a dudar que todo esto realmente esté ocurriendo.
Piensa: «si realmente esto es un sueño, entonces nada importa».
Se arma de valor, el interlocutor sin nombre se arma de
valor y toma por el talle y la nuca a la desconocida que llamamos Alicia. La
inclina hacia atrás y la besa como si la vida le fuera en ello. Ella responde
de la misma manera.
─Eso era lo que quería desde el principio, pero tú tenías
que darle tantas vueltas al asunto ─dijo Alicia algo agitada y con el rostro
encendido. En algún lugar, a lo lejos, se escucha I’m Only Sleeping de The
Beatles, con sus guitarras en reversa.
─Pensé que…
─Ese es tu problema, piensas mucho. En lo que sí tienes
razón es en eso del aquí y ahora. Todo lo que tenemos es el instante presente,
al menos como una vaga intuición que recuperamos una y otra vez, cada que nos
detenemos a pensar en lo que fue, pero hay quienes voltean demasiado hacia
atrás, y eso no es saludable.
─Rehusarse a aceptar ayuda tampoco es saludable, por
cierto, ¿cuál es tu excusa?
─Siempre he desconfiado de la bondad de los extraños
─dijo Alicia guiñándole un ojo a su interlocutor y cerrando el libro.
J. S. Cainiz