El siguiente texto (que aquí ofertamos, sin costo adicional) aunque alusivo al 14 de febrero se separa mucho de ese tan cursi y comercialmente favorable día; es por ello que aquí en niebla en tubo no nos regimos por los convencionalismos y estereotipos domingueros, con esto quiero explicar un poco el por qué no se publicó esta entrada el día antes mencionado. Por otro lado la justificación, es que al pasar por las calles y tomar el autobús puede apreciar como los don Juanes iban ataviados como señoritas de salón con embadurnados de colonia, ropa nueva y un globo metalizado con frases melosas. Cabe aclarar que en este blog hay espacio para todas las posturas y en el caso del romanticismo y los temas del amor preferimos las tertulias sobre el affair cotidiano y no las cotillas de vecindad.
Antes de ir al cuento/ensayo "Por qué quieres amarme" de Papini, quisiera comentarles como conocí al inquieto escritor lombardo.
Mi amigo Johnny me prestó un libro de Giovanni Papini (Gog), me decia que iba a gustarme porque hablaba del diablo (más tarde leería Il Diavolo), y tal como dijo, me gustó. Luego leí, además de los mencionados Gog y El Diablo, Hombre acabado, El libro negro, y sus libros de cuentos Palabras y sangre, Lo trágico y lo cotidiano y El piloto ciego, aun no leo La historia de Cristo y voy a medias en Dante vivo (por si les interesa a los dantistas).
Sobre el presente texto (ya casi me callo para que disfruten al florentino), les recomiendo imprimirlo y se lo lean a esa persona especial, creanme, ver la expresion de esa hipotética alma gemela valdra por mucho tiempo.
Disfruten.
¿Por qué quieres amarme?
Giovanni Papini
¿Hay verdaderamente alguien que tiembla si acaricia despacio mi frente o si esconde su pequeña mano en mis cabellos? ¿Hay verdaderamente un rostro que enrojece cuando mi voz confiesa una involuntaria ternura? ¿Hay acaso un pecho que suspira y se agita si le acerco o lo estrecho con fuerza contra mi pecho, y unos labios que se vuelven cálidos y blandos si yo los toco con mis labios?
Piensa, ¡piénsalo bien! No me contestes en seguida. No me digas que todo es verdad y que yo no sueño, no tengas piedad de mí. Que nadie tenga piedad de mí. No permito a nadie que me consuele. Mis lágrimas son mías, son de mi propiedad, salen de mi corazón, bajan de mis ojos. ¿Por qué esta pequeña mano me acaricia lentamente para ser bañado por el llanto que es mío?
¿Es posible que alguien quiera arrebatarme una parte de mi dolor? ¿Es posible que alguien me espere con impaciencia, con ansiedad, observándome desde lejos con ojos claros, escuchando con la respiración contenida mis pasos que se aproximan? ¿Es posible que mis palabras más indiferentes sean recordadas: que una mirada mía pueda producir alegría; una sonrisa mía, la promesa de la alegría; un gesto mío la certeza de la alegría?
No me contestes todavía. No me digas que todo eso es posible, y que otras cosas, además, que no conozco son posibles. No podría creerlo, ¡no quiero creerlo! Piensa, pues, ¡piénsalo bien! Se trataría de un hecho tan maravilloso, tan increíble; tal vez nuevo, tal vez único. ¡Piensa pues, por un momento, en lo que significaría si fuese cierto!
Otro ser – un ser distinto de mí, no conocido antes por mí – vive solamente para mí, piensa con mi pensamiento, siente con mis sentimientos, se atormenta con mis súplicas, goza con mis alegrías, acerca su cuerpo a mi cuerpo, penetra en mi alma con su alma y me ofrece todo lo que posee y todo lo que tendrá y todo lo que yo pueda darle.
¿Tú crees que eso puede ser verdad, aunque sea por un momento? Yo recuerdo, sí, haber apoyado mi cabeza en su hombro, haber estrechado juntas sus frágiles manos llenas de venas, haber besado varias veces su boca y haber escuchado durante horas enteras la suavísima música de su aliento; pero todo esto ¿qué demuestra? ¿Era verdaderamente yo mismo, en persona, en aquellos momentos? Y ella, ¿quiso decir verdaderamente lo que yo quise entender en la inconsciencia de la efímera felicidad?
No sonrías, no muevas la cabeza, no contestes ni siquiera sí, te lo ruego. Tú sabes perfectamente que todo eso es una ligera tela de imaginación tejida por las blancas manos del ocio.
¿Por qué debería ser cierta para mí una cosa tan imposible? ¿Qué he hecho yo para tener el derecho de recibir en don una vida? ¿Qué soy sino un pobre poeta vergonzoso que esconde sus torturas, igual que una mujer avara esconde sus collares? ¿Qué soy sino un trágico peregrino, orgulloso de su gran capa, pero que no sabe encontrar su casa y su cama?
¿Acaso he realizado algo grande? ¿He dicho una palabra que los hombres no hayan olvidado? ¿He hecho olvidar a los hombres una sola de sus penas?
¡Si supieras cuánto me desprecio y qué desesperado disgusto tengo por mi alma! Cuando los otros me creen soberbio, orgulloso, satisfecho, yo estoy pensando en cómo hacer menos despreciable mi vida, menos desagradable mi alma. De una sola cosa siento a veces soberbia: del sincero y profundo desprecio que tengo por mí mismo.
¿Qué hay, pues, en mí que pueda hacerme amable? ¿Qué encuentras en mi alma insatisfecha y, sin embargo, vil que pueda darme el derecho de hacer sufrir a tu alma? ¿Qué puede interesarte de mis alegrías olvidadas, de mis sueños siempre derrotados, de mis voluntades impotentes, de los recuerdos que yo mismo temo ver reaparecer?
No es posible, no, que alguien me ame. No quiero que alguien viva para mí. No puedo amar y no quiero ser amado. Dejadme tranquilo. Dejadme solo. No quiero sentir nada, no quiero ver a nadie. No sé qué hacer con vuestras caras sentimentales y vuestras frases punteadas de suspiros. ¿No sabéis lo voluptuosa que es la voluntad voluntaria? ¡Qué dulzura en el alma que ya no quiere esperar!
¿Todavía estás aquí? ¿No te había echado sin mirarte? ¿Por qué me miras como si no quisieras ver otra cosa que mis ojos? ¿Por qué tus cabellos son tan finos y por qué algunos mechones son casi rubios? No abras la boca. No respires demasiado fuerte. Tu mano es dulce, lo sé. Tu mano es fuerte, lo sé. Pero, ¿por qué te aproximas tanto? ¿Por qué tu corazón se estremece de repente? No me mires así, no me aprietes tan fuerte la mano. Bien sabes que yo te amo y que no quiero amarte… ¡Pero, bésame pues! ¿No notas que ya no sé resistir? No me digas que sí. ¡Bésame más! Bésame en los ojos. Ciérralos con tus labios y que yo no vea nada, que no sepa nada, y solamente sienta tu corazón que late – tu corazón apresurado, furioso, frenético –, tu pequeño corazón que late y que late para mí.
Papini Giovanni, Lo trágico cotidiano/ El piloto ciego/Palabras y Sangre, Ed. Hyspamerica, Madrid, 1985.