El presente texto fue leído la noche del 13 de febrero de 2015, en la tertulia literaria: Mejor no hablemos de amor, en Casa Terán, Aguascalientes.
Sólo
quien dice estar enamorado tiene el atrevimiento de esbozar una definición de
amor. La realidad es que se ha escrito tanto al respecto y seguimos sin tener
una respuesta. Tal vez la de Bukowski sea la mejor definición de lo que podemos
entender si hablamos de amor.
Precisamente son los poetas quienes
adquieren el compromiso de intentar definir este sentimiento.
En lo particular, llegué a esbozar una
dialéctica del amor. Considerando a los no iniciados, diremos que una
dialéctica consiste en oponer dos tesis y obtener un resultado o síntesis. Debo
admitir que mi tesis es resultado de experiencias previas —dicen que cada quien
habla como le va en la feria—, y a la fecha mantengo la siguiente postura: “el
amor es la entropía del alma”.
Me explico. La entropía es el
desgaste material de las cosas. A cada nueva transformación de materia o
energía se produce una disminución de átomos, así que habrá un momento en que
la entropía termine por agotar la existencia en el universo. Decir pues que “el
amor es la entropía del alma” es asegurar que ese amor que en algún momento
llegamos a experimentar, poco a poco va corroyendo nuestra “supuesta” alma
inmortal.
A mi tesis opongo la antítesis: “sin
amor sólo somos extraños en el paraíso”. Como un intento por permitirnos la
posibilidad de percibir el amor de manera que otorgue sentido a nuestra
existencia. Amor como reconocerme en otro ser, encontrarme con esa parte que
sin saberlo había estado durante toda la vida en su busca. Como quien pregunta
por el simple deseo de encontrar algo, no importa qué, sólo algo que le haga
sentir que valió la pena la espera hasta ese momento.
La síntesis, o el resultado de
oponer ambas posturas, es la sencilla pero contundente advertencia: “cuidado
con el amor”, que más parece un eslogan de salud pública, algo que se dice en
las campañas para prevenir enfermedades de transmisión sexual. Lo cierto es,
que deben tomarse las debidas precauciones si se desea entrar a este “juego de
lágrimas”, pues como decía Bukowski: el
amor es un perro infernal.
Es común malentender el estar enamorado con el amar. Como
en la canción de José José: casi todos
sabemos querer, pero pocos sabemos amar. Suena a lugar común, pero sólo a
partir de haber vivido ciertas experiencias, en este caso valorar nuestra
propia posición dentro de una relación de pareja, es como nos percatamos de
esta diferencia.
Lo primero es entender cómo funciona
la dinámica en la lucha de sexos, y para ello me remito al proverbial ejemplo
de la película Cuando Harry encontró a
Sally (When Harry Met Sally), en la que Billy Crystal le hace la gran
revelación a Meg Ryan de que los hombres no pueden ser amigos de las mujeres
porque “el sexo siempre interfiere”. Tal vez empiecen como amigos, pero invariablemente
casi siempre una de las partes termina cediendo a sus impulsos, o bien, si se
posee un mayor grado de sensibilidad (algo de lo que muchos hombres carecen),
se enamora de la otra persona. De lo cual podemos deducir que suele confundirse
el amor con el deseo. Pero supongamos que se trata de amor…
Podríamos enumerar infinidad de ejemplos tomados de la
cultura popular, lo cual puede decirnos precisamente que aprendemos a amar o
desarrollamos nuestra concepción del amor a partir de: las películas que vemos,
las canciones que escuchamos (curiosamente casi todas hablan de desamor o
rompimientos), y si somos un poco más exigentes con lo que nutre nuestro
espíritu, basaremos nuestras ideas sobre el amor en los libros que leemos.
Si se tiene la inquietud de leer algo que nos dé una idea
más genuina de lo que se puede entender por amor, puede leerse desde: el Diario de Ana Frank (interesante seguir
los pensamientos de una adolescente encerrada en un bunker, oculta con su
familia, y cómo en el lugar más inesperado se encuentra con algo que podríamos
llamar amor), Leviathan de Julien
Green (para enterarnos de cómo el más ordinario de los hombres llega a perderse
por una obsesión), La Venus de la Pieles
de Leopold Sacher-Masoch (o la capacidad del ser humano para degradarse al
punto de volverse repulsivo ante el ser amado), Principiantes de Raymond Carver (después de tanto tiempo seguimos
sin saber de qué hablamos cuando hablamos de amor), o Alas Rotas de Khalil Gibran (hasta ahora el libro que describe sin
lugar a dudas lo que es el verdadero amor).
Así pues, amamos o decimos amar a partir de las nociones
que heredamos por la tradición. Que no nos extrañe, pues, si concebimos al amor
como una enfermedad, o un dulce padecimiento; me vienen a la mente expresiones
para referirse a una querida, tales como: adorado tormento, cruel enemiga, la
dueña de mis quincenas, etc. Si bien los tiempos que nos han tocado vivir
presentan una verdadera revolución que ha puesto en crisis el concepto de amor
cortés que nos legaron los medievales.
Ahora difícilmente se jura amor eterno, y si se hace tal
juramento es más de tomarse a la ligera. No obstante, los suicidios causados
por una decepción amorosa se encuentran entre las principales razones a que
aluden quienes se auto inmolan. Lo que no hacemos, en estos casos, es
preguntarnos si eso que sentimos es realmente amor.
Solemos confundir la cercanía, compatibilidad,
entendimiento y buena camaradería, con ese algo más profundo y que forzosamente
compete a dos personas. Algo que tardamos en entender. El enamoramiento siempre
inicia en una de las partes, y es en ese punto que se genera lo que conocemos
como “amor no correspondido”. Se cree que con la convivencia la otra parte, el
ser amado, llegará a corresponder el amor del primero. Es en la afinidad del
querer darse, cuando dos personas sienten esa urgencia de compartir lo mejor de
sí mismos con el otro, que podemos hablar de verdadero amor, y este fenómeno no
es otro que el de la química, “la chispa”, lo que para algunos explica
inequívocamente el amor a primera vista.
Se requiere conocer a la otra persona, entenderla en sus
necesidades más elementales, comprendiendo su naturaleza individual. Y sólo
podremos aventurarnos a dicha exploración si previamente hemos realizado tal procedimiento
en nosotros mismos. Sólo quien realmente se conoce y se acepta, está dotado de
lo necesario para entablar una verdadera relación de amor con otro ser. Es una
lección tan sencilla de explicar pero tan difícil de aplicar.
Ahora bien, este vínculo con el otro muchas veces nace de
uno mismo. En Alas Rotas de Khalil Gibran, el protagonista
ofrece una reflexión sumamente esclarecedora a este respecto: “Así cambia la apariencia de las cosas según
las emociones, y así vemos la magia y la belleza de las cosas, pero lo que
sucede es que la belleza y la magia están realmente en nosotros mismos”. Por
lo tanto esa afinidad por el otro nace en los propios sentimientos, así pues,
la capacidad de amar puede estar mayormente arraigada en una de las partes. Si
bien es cierto que se tiende a idealizar al ser amado, es una proyección que
nace en el amante-espectador, en el que anhela y espera, siendo capaz de poner
en pausa todo en su vida por esa persona.
Igualmente podemos inferir que quien ama dota al objeto amado
de una serie de atributos y características que alguien fuera de esa dinámica
no será capaz de percibir en la persona que funge el rol de objeto amado.
Paralelamente existen dos versiones del ser amado: la versión idealizada por el
enamorado y quien es esa persona en la realidad. Si todos aquellos que en algún
momento han dotado a otro ser de atributos que en realidad albergan dentro de
sí mismos, ya sea en una relación pasada, o que experimenten en la actualidad,
se pusieran a analizar con cuál de las dos versiones del ser amado elegirían estar,
y con cuál pueden realmente estar, encontraríamos que su respuesta y la
realidad diferirían radicalmente.
Bajo esta premisa de proyectar nuestro amor propio en el
otro, finalmente qué podemos decir del hecho de externar a otro ser humano las
palabras: “te quiero”. Será acaso una sublimación de nuestro amor propio
vertido en la otra persona, o sencillamente expresamos el genuino sentimiento
de compartirnos con el otro.
Estamos dispuestos a darnos al otro, pero esperamos en el
fondo de nuestro ser que esa otra persona también se dé a nosotros. Pero, ¿por
qué lo esperamos? ¿Acaso hemos hecho un gesto extraordinario que nadie más hizo
antes o será capaz de hacer en lo sucesivo por esa persona? ¿Será válido el
hacernos este tipo de preguntas y seguir siendo capaces de ofrecer nuestro
corazón y pedir en prenda el corazón del otro? Como señala puntualmente el
relato de Raymond Carver: de qué hablamos cuando hablamos de amor. ¿Por qué
seguimos cuestionándonos algo que aparentemente sólo requiere sentirse, algo
que racionalizamos sólo hasta que padecimos la ruptura o el desencanto?
Por qué es tan común equiparar el encontrar el verdadero
amor con la obtención de la felicidad. En el fondo anhelamos una quimera que
sabemos nunca llegará, o es tal nuestro grado de autoengaño que nuestra
capacidad de vendernos simulacros es superior a cualquier campaña de marketing
del principal refresco de cola, y por lo tanto, vivir convencidos de que existe
un amor verdadero para cada uno nosotros pasa a convertirse en la única mentira
que seguimos creyendo ya de adultos, a diferencia del niño dios o el ratón de
los dientes.
Por qué seguir alimentando esta falacia. A este respecto,
John Lennon señala lo siguiente:
Nos hicieron creer que cada uno de nosotros
es la mitad de una naranja, y que la vida
sólo tiene sentido
cuando encontramos la otra mitad.
No nos contaron que ya nacemos enteros,
que nadie en nuestra vida merece
cargar en las espaldas
la responsabilidad de completar lo que nos
falta.
Vivimos en la urgente necesidad de que alguien llegue a
nuestra vida y nos salve de nuestro descontento y miseria. Esperamos
encontrarnos con nuestra “media naranja”, ese alguien que nos complemente, nos
corresponda y nos haga felices. Como si la felicidad estuviera en otro. Y qué
pasaría si ese otro en quien creemos encontrar aquello que creemos nos falta,
también estuviera en la creencia de que uno es quien le dará eso de que carece.
Para algunos esta ecuación expresa el complementarse, pero la verdad no tiene
el menor caso buscar en otro algo que no me creo capaz de encontrar en mí
mismo. Es absurdo. Entender el amor en esos términos es absurdo. Y es la
falacia que compraron nuestros abuelos y nuestros padres; y se espera que
también nosotros perpetuemos esa falsa noción que no hace sino sumirnos en la
desesperación y el desaliento.
Luchamos un juego de voluntades, un juego de lágrimas en el
que, si somos la parte fuerte, siempre esperamos que la otra persona piense y
sienta como nosotros, y en cambio, si somos el elemento débil, llegamos a
comprar la visión del otro, comprometiendo nuestra integridad y esencia
individual, dejamos de ser en relación a la persona con quien compartimos
nuestra vida y nos convertimos en alguien que vive para otro, o bien, esperamos
que el otro renuncie a su individualidad, aquello que se supone en un inicio
nos cautivó de esa persona, y esperamos que se adecúe a nuestra manera de
pensar y de sentir. En ambos casos estaremos hablando de “anulación”. Eso nos
lleva a frustrarnos y a preguntarnos por qué algo que en un inicio parecía
perfecto se ha tornado en nuestra peor pesadilla, llegando incluso a odiar a
quien en un inicio asegurábamos amar.
Podemos resumir todo lo anterior en dos sencillas frases
que pocas veces cita el saber popular. La primera, acuñada por Lord Byron: “La
amistad es el amor, pero sin sus alas”. Pues mientras en una relación de
amistad, encuentras al confidente, a la persona con quien compartes intereses y
en ocasiones objetivos en común, sólo en el amor que te brinda la otra persona,
sin ningún tipo de condiciones o ataduras, te dota de alas que te permitan
llegar a donde sólo en sueños te atreves a pensar, ese lugar al que eres capaz
de elevarte no porque estás con alguien, sino porque ese alguien permite que
por ti mismo afirmes la confianza en aquello de lo que eres capaz. Y la segunda
frase, que aparece en la película Las
ventajas de ser invisible, en la que Charlie, el protagonista, le pregunta
a su profe: ¿por qué las personas buenas salen con la gente equivocada? Y su
profe responde: “Aceptamos el amor que creemos merecer”. Pasamos la vida
esperando encontrar ese gran amor, y en lo que llega, nos conformamos con las
migajas que nos arroja alguien a quien nos aferramos porque creemos que es a lo
más que podemos aspirar.
J. S. Cainiz
1 comentario:
J. S. Cainiz, es uno de mis escritores favoritos, desde ahora y para siempre.
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