Sin duda la muerte
de David Bowie fue algo que nadie se esperaba. Apenas había publicado su más
reciente álbum, Blackstar (el 8 de enero, en su cumpleaños), sobre el cual se
generaron bastantes expectativas, ya que no se escuchaba algo del Camaleón
desde el estupendo The Next Day, de 2013.
Poco se puede decir de David Robert Jones (nombre real de the Tin White
Duke, y que tuvo que cambiar su apellido artístico pues ya existía un Davy Jones
en The Monkees), que no se haya dicho en casi 45 años de carrera musical.
Centrémonos pues en sus últimos días, vistos en contraste del personaje que le
dio fama: Ziggy Stardust.
Lo que definió a Bowie como una figura destacada en la historia del rock,
fue la amalgama que hizo entre sonido e imagen. Muchos lo intentaron, algunos
tuvieron grandes aciertos, pero nunca se acercaron al Major Tom, que se
reinventaba en cada LP, mudando de piel y de alma. Su fascinación por los
personajes y los disfraces, puede rastrearse al momento en que su padre le
regaló el disco Tutti Frutti de Little Richard, sin duda la imagen de tan
estrambótico personaje hacía perfecto juego con el sonido que definiría las
bases del Rock ‘n’ Roll. Sumémosle a esto el hecho de que a los 14 años, tras
irse a los golpes con su amigo George Underwood (por una discusión sobre
chicas), quedara con las pupilas desiguales. Luego, a los 15 años,
desarrollaría su look andrógino y su gusto por el maquillaje al imitar a un mod
que se encontraba en el tren casi todos los días, un chico vestido con
chaquetas italianas y pantalones de lino blanco, así como calcetines
fluorescentes que combinaban con su sombra en los ojos.
A partir de ahí sólo fue cuestión de tiempo para llegar al personaje de
Ziggy Stardust. Una combinación de influencias tales como: Lindsay Kemp, The
Velvet Underground, Iggy Pop y el teatro Kabuki. Sólo verlo en los videos de
Starman o la canción homónima de su personaje, pueden evocar a uno de los
saltimbanquis que pintó Picasso en su periodo rosa, llevado a un entorno
espacial y glam.
Antes de The Rise & Fall of
Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), Aladdin Sane ya había
publicado los discos: Space Oditty (1969), The Man Who Sold the World (1970), y Honky Dory (1971), que contienen algunos
de sus temas clásicos. En este punto, seguir el recuento sería abrumador.
Centrémonos pues en cómo Bowie hizo de su obra musical una continua puesta en
escena.
Para el público y los medios, seguía metido en su personaje. Esto lo
llevó hasta el final de sus días. Sólo hace falta echar una mirada a su última
placa. El concepto de los videos Lazarus y la homónima Blackstar, poseían un
sentido cuando fueron lanzados, pero tras su muerte, francamente se vuelven
algo escalofriante. La primera estrofa de Lazarus dice más o menos: Mira aquí arriba, estoy en el Cielo / Tengo cicatrices que no pueden ser vistas
/ Tengo drama, no puedo ser hurtado /
Todos me conocen ahora. Nos está
hablando desde el más allá. Las cicatrices pueden referirse a que mantuvo
oculta su enfermedad, lo cual permitió que se volviera mucho más impactante el
disco. Ahora todos lo conocemos, pues hemos diseccionado su cadáver, y a pesar
de ello no podemos hurtar su genio.
Las siguientes estrofas de Lazarus hacen referencia a su historia de
éxito (Para cuando llegué a Nueva York /
Estaba viviendo como un rey), intercalando su condición actual (Este sendero o no hay camino / Ya sabes, seré libre / Igual que ese azulejo), las decisiones
que lo llevaron a construir su trayectoria artística, y cómo logrará trascender
al abandonar este mundo.
La estrella negra, como un sol negro de hashish, imagen apocalíptica de
un Gerard de Nerval, que gravita al personaje con ojos de botón, quien ya se
aleja de la realidad cambiante. Bowie fue una figura siempre mutable;
representaba a la perfección la condición de esta vida, basada en el cambio.
Vivimos en la apariencia de permanecer intactos en nuestra esencia, pero
nuestra existencia se rige por la transformación, y eso siempre lo supo Bowie.
Nos queda disfrutar de su obra, tanto musical como fílmica. Sus
personajes de celuloide son igual de fascinantes que aquellos sosteniendo un
micrófono en el escenario. A manera de homenaje, me di el gusto de ver por
primera vez su película Labyrinth. Muchos de mis contemporáneos, nacidos en los
80’s, crecieron con la historia de Sarah (una jovencísima Jennifer Connelly), y
Jareth, el King Goblin (interpretado por Bowie). Mi escena favorita es cuando
bailan en una mascarada con la estética de un pesadillesco cuento de hadas.
Afortunadamente nos dejó su música, lo único inmutable en este mundo
cambiante. Se fue David Bowie, todos llevamos tatuado su rayo en A Lad Insane.