Lo más curioso de un nuevo año, a medida que vamos creciendo, es lo rapido que pasa el tiempo. Todavía estamos padeciendo la resaca de fin de año, y en un parpadeo está por concluir enero. Dejo para ustedes lo último que me publicaron en el suplemento Autonomía en 2015.
Los últimos días del
año permiten hacer una reflexión de lo que logramos en un ciclo más de vida.
Algunos se dedican a hacer recuentos de lo mejor y lo peor en el cine, la
música, y distintas formas de entretenimiento, o los acontecimientos más
destacados en el panorama global. Lo principal es dedicar este tiempo a
planificar desde la perspectiva de lo que dejamos pendiente en el 2015, y que
ya no podemos seguir postergando.
Con la resaca de navidad, y el arrepentimiento de haber hecho gastos
innecesarios, viene una sensación de culpa y desasosiego. Es precisamente ese
el estado idóneo para meditar nuestro sentido en la vida. La perspectiva de
cada persona será distinta. La profundidad a la que deben bucear en las
insondables y atribuladas aguas del corazón humano, diferirá de persona a
persona. No todos están listos o siquiera son conscientes de los demonios que
tienen por enfrentar.
El título de este artículo viene a cuento, porque fue precisamente en
este año que la televisión alcanzó uno de sus momentos más gloriosos con el
final de Mad Men. Si hablamos de Meditaciones
en una emergencia, nos referimos primeramente al libro de poesía de Frank
O’Hara, que sirvió de inspiración a Matthew Weiner para vertebrar la segunda
temporada de la serie que ha vuelto a Don Draper un ícono de nuestra
generación. El libro de O’Hara alude en su título al del poeta John Donne: Meditations
on Emergent Occasions, pero a diferencia de lo escrito por el poeta y
metafísico inglés, las Meditaciones de O’Hara expresan un modernismo provocador.
El otro aspecto, es hablar de las meditaciones a las que cada uno
llegamos en los momentos en que la vida parece acercarse a un tenebroso
desenlace. En realidad difícilmente ingresaremos en este dilema de buenas a
primeras, más bien podemos entrar en contacto con esta perspectiva de manera
inesperada.
Son los momentos difíciles, cuando nos desencajamos del camino que
creíamos nuestro sendero, o bien, sin proponérnoslo, entramos en contacto con
ese camino del héroe que cada individuo debe seguir, y que finalmente dan
cuenta de nuestro verdadero potencial.
Usando un ejemplo vigente en las pláticas de estos días, los personajes
medulares del Episodio VII viven cada uno su propia encrucijada: están aquellos
que huyen de algo, y en el proceso encuentran su fortaleza (Finn); los que
tienen muy claro ese camino, y están dispuestos a sacrificar lo que sea a costa
de alcanzar dicha motivación (Kylo Ren); y por último, los individuos que
parecen conformes con una existencia gris, pero apenas cambian su contexto,
resulta que tienen capacidades extraordinarias que no creían poseer (Rey).
Cada uno de nosotros sabe en cuál de esas categorías encaja mejor su
historia. Ahora bien, no son las únicas situaciones posibles, pero el ejemplo
es lo bastante sugerente para poner en la balanza nuestra propia perspectiva.
¿Rehuimos a las responsabilidades que la vida nos va poniendo, abrazamos la
idea de un sendero perfectamente trazado al punto de obsesionarnos, o bien, aceptamos
estancarnos en una zona de confort por la promesa de algo que nos salve? Para
cada situación habrá una respuesta, y casi siempre es respondida sobre la
marcha, en las elecciones que tomamos a diario, o en la decisión de actuar
inmediatamente, sin titubeos, con la convicción de encontrarnos en el lugar y
momento adecuado.
Lo desconcertante de la vida es que son pocas las veces que entramos en
sincronía con el instante. Por lo general, tenemos la sensación de hallarnos
hasta el cuello de una espesa bruma que nos impide alcanzar la claridad.
Pareciera que vivimos en el desfase, y al observar a aquellos que parecen fluir
siempre, nos preguntamos que los hace funcionar, pero principalmente, en que
nos equivocamos.
Regresemos un momento al caso Don Draper. Su historia de éxito alude
precisamente a quienes van por la vida con la respuesta correcta, incluso
pareciera que no se esfuerzan. Pero sabemos que Draper no es real, y no nos
referimos a que sea un personaje de ficción, sino que en el contexto de la serie
es una personalidad inventada para alcanzar el éxito (Kylo Ren), pues huye de
su pasado, avergonzado por su cobardía en el campo de batalla (Finn), si bien,
pasó de ser un chico que creció en un burdel para convertirse en un exitoso
publicista de la avenida Madison (¿Rey, que empieza como chatarrera y termina
pilotando el Halcón Milenario?). El leitmotiv de la publicidad es hacer
atractivo y deseable un producto, ¿qué tan exitoso será aquel capaz de venderse
a sí mismo como la encarnación del sueño americano?
Es el poema Maiakovski, que aparece en las Meditaciones de O’Hara, y que
lee Don Draper al inicio de la segunda temporada, representativo y revelador
del temperamento que posee dicho personaje: “Ahora espero tranquilamente/ que la catástrofe de mi personalidad/
parezca otra vez hermosa,/ e interesante, y moderna.”
Podemos esperar que la catástrofe llegue a nuestra vida, ya la
confrontaremos sobre la marcha como siempre hacemos, o bien, podemos
anticiparnos con el conocimiento que nos otorgan experiencias pasadas. El cómo
lo hacemos dice quiénes somos.
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