En un texto previo de este blog, con fecha de febrero, celebrábamos el centenario de Dada. Continuando con las festividades, presentamos a continuación una crónica de lo que fue el origen de las vanguardias.
Como tal, el
movimiento Dada nació el 5 de febrero de 1916, en Zurich. Fue en el Cabaret
Voltaire, fundado por Hugo Ball, donde se revolucionó la forma de hacer y
apreciar el arte en occidente. Ahora bien, es hasta el 15 de mayo de ese mismo
año, justo en medio de la primera Guerra Mundial, que se publica un impreso
titulado “Cabaret Voltaire”, en el que se utiliza por primera vez (de manera
oficial), la palabra Dada para dar nombre al movimiento artístico que originó
las vanguardias en el siglo XX. Por eso hemos querido dedicar este artículo a
Dada, homenajeando una de las iniciativas que para bien y para mal ha señalado
el rumbo de los últimos 100 años en lo referente a las manifestaciones
artísticas y culturales.
Es 1916, la gran guerra se extiende como una nueva peste negra en
Europa. Algunos jóvenes, intelectuales y artistas, huyen a Suiza, territorio
neutral. En la ciudad de Zurich, se siente el espíritu bohemio. Es el siglo XX,
una era de maravillas: la fotografía, el cinematógrafo, el fonógrafo y el
automóvil son parte de los usos y costumbres. Y el arte… es una época para
sumergirse en las manifestaciones artísticas. Tres años antes Guillaume
Apollinaire publicó Alcoholes (1913),
y a partir de ese momento la poesía no sería la misma (Zona, poema con el que
inicia el libro, es un abismarse a la cuarta dimensión, y prescinde por primera
vez de los signos de puntuación). También fue la época en que Joyce escribiría
su Ulysses (1922), precisamente en
Zurich. Y qué decir de Picasso, sus Señoritas
de Avignon (1907) tenían casi una década de haber sido pintadas; para ese
momento el malagueño había puesto al mundo patas arriba con el cubismo.
Y con todos esos portentos, el pequeño gesto de un caberet internacional
fue lo suficientemente provocador para hacer temblar a las buenas conciencias.
El caos en el universo nunca había sido tan bien retratado, hasta ese momento.
Si bien Dada siempre se ha representado en la carismática figura del
poeta rumano Tristan Tzara (el hombre aproximativo del monóculo), el movimiento
fue posible gracias a la visión de Hugo Ball, escritor y productor alemán,
quien apoyado por su amante y luego esposa, la actriz y bailarina Emmy
Hennings, tuvo la inquietud de fundar un establecimiento dedicado a la pura
expresión del arte, como único medio para sobrellevar el horror de la guerra.
Podemos conocer toda la odisea a partir de su diario íntimo Die Flucht aus der Zeit (La huida del
tiempo). Hagamos una breve reconstrucción de los hechos.
Habiéndole pedido a Herr Ephraim
el local de la calle Spiegelgasse, donde anteriormente se ubicaba la taberna
Meierei, y desde ese momento, hasta ahora, se conocería como el Cabaret
Voltaire, Hugo Ball procedería a publicar una nota de prensa invitando a la
juventud artística de la ciudad para convidarlos a participar en: “recitales musicales y poéticos, sin tomar en
cuenta una tendencia determinada, para que aporten sus proposiciones y
colaboraciones”. El 5 de febrero responderían al anuncio un grupo de
extravagantes entusiastas: Marcel Janco, Tristan Tzara y Jean Arp. Llegaron
alrededor de las 6 pm, momento en que se daban los últimos retoques al
establecimiento, colocando: “carteles
futuristas, los arcángeles opulentos de Janco, y demás objetos de belleza”.
Esa noche Tzara recitaría sus poemas sacando las hojas de lectura de los
distintos bolsillos de su sobretodo.
A partir de ese momento cada uno colaboraba con lo que nacía del fondo
de sus almas. Hugo Ball administraba el lugar, programaba los distintos actos y
tocaba el piano para acompañar las canciones de Emmy y Mademoiselle Lecomte.
Tzara declamaba canciones, hablando en francés y alemán. Posteriormente se les
uniría Richard Huelsenbeck (amigo de Ball y “anti-amigo” de Tzara), y sus
tambores africanos. La gran contribución de Janco vendría al confeccionar una
serie de máscaras “negras abstractas”, y al usarlas, todos caerían en una
especie de trance, iniciando una “danza trágico-absurda”.
Posteriormente Ball se iría soltando, animándose a contribuir con poesía
fonética y la declamación de algunos fragmentos de su novela avant garde inédita
Laurentius Tenderenda. De hecho, sería esta faceta del fundador del cabaret la
que lo llevaría a escenificar el performance más icónico y memorable hasta ese
momento. Primero vendría el Poéme
simultanée (cantado a varias voces), como una afirmación de la vida,
aullándole a la sofocante tecnificación que nos deshumaniza. Lo que daría paso,
una noche a finales de junio, a la recitación del poema abstracto fonético: O Cadji Beri Bimba. Para dicha
actuación, Ball salió al escenario ataviado como obispo con túnica cubista, un
traje diseñado por Janco y él, tan ajustado que no podía caminar (lo tuvieron
que cargar hasta el escenario), pero tenía libres los brazos, y al agitar los
codos parecía batir sus alas, por último, su tocado (de brujo moderno)
cilíndrico de rayas azules y blancas. Ante el rabioso aplauso del público
recitaría otros poemas: La canción de
Labada a las nubes y La caravana de
elefantes, llegando a interpretar estas composiciones con una “recitativa
de estilo litúrgico”. Al terminar sería bajado del escenario como un “obispo
mágico”. Luego de esta actuación Ball sufrió un colapso nervioso.
A pesar de lo desinteresado y lúdico del movimiento, siempre persistió
la polémica sobre la paternidad del nombre Dada. Antes de la publicación
Cabaret Voltaire, Dada aparece escrito en una entrada del diario de Ball, en
abril de ese mismo año. Ahí narra cómo sugiere a Tzara el nombre Dada para
bautizar a la revista donde tienen proyectado registrar las acciones y
progresos de su movimiento. Se entiende el uso coloquial de la afirmación
reiterada en lenguas eslavas: da-da. Y la otra versión del origen del nombre,
es suscrita por Tzara como la epifanía de estar buscando un nombre al azar de
entre las páginas de un diccionario, dando con un vocablo que en francés
significa: caballito de madera. Lo cierto es que un espectador de las
originales tertulias Dada estaría festejando “tanto una bufonada como una misa
de requiem”.
Quisiera concluir esta aproximación con una cita extraída del diario de
Hugo Ball: “Lo que llamamos Dada es una
payasada que sale de la nada, pero que abraza todas las cuestiones supremas. Es
un gesto de gladiador; un juego que se contenta con migajas tristes (…) El
dadaísta ama lo excepcional, lo absurdo. Él sabe que en la contradicción se
mantiene la vida, y que su época como ninguna otra antes, tiende a la
destrucción de todo lo que es generoso. Por eso acepta con beneplácito
cualquier clase de máscara, cualquier juego de escondite al que sea inherente
una fuerza engañadora. En medio de la enormidad de lo antinatural, lo directo y
lo primitivo le parecen increíbles.”
Dada no significa nada. Y sólo por eso, hoy más que nunca, a 100 años:
todo es Dada.
⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía no. 140,, mayo 15 de 2016 con el título: 100 años de Dada.)
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