Sábado, octubre 26, 1985… Esa era la proverbial fecha que servía de
hilo conductor a la saga Volver al futuro, de Robert Zemeckis, protagonizada
por Michael J. Fox y Christopher Loyd. Estrenada ese mismo año, se convirtió en
referente de una época, marcando a una generación. También de ese año
recordamos: The Breakfast Club (John Hughs), The Goonies (con todo y tema de
Cindy Lauper), Rocky IV y Rambo II (ambas protagonizadas por Sly “The Expendable”
Stallone); y merece mención la primera novela de Bret Easton Ellis, Menos que
cero (Less than Zero, título tomado de una canción de Elvis Costello), que
apenas dos años después se llevaría a la pantalla con: Andrew McCarthy, James
Spader (que actualmente podemos ver en The Black List), Jami Gertz, y Robert
Downey Jr. en un papel que se volvería profético respecto a su vida. Y sí,
Easton Ellis también es autor de American Pshyco, novela que retrata los
excesos de la generación Reagan.
Dentro de la ciencia ficción podemos dedicar todo un apartado a las
historias futuristas y los viajes en el tiempo. Mención aparte merecen las
distopías más célebres de la literatura: Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), Un
mundo feliz (Aldous Huxley), 1984 (George Orwell), y La máquina del tiempo (H.
G.Wells), cuya influencia no niegan los guionistas de Volver al futuro. Desde
niños hemos jugueteado con la posibilidad de viajar a otras épocas, casi
siempre al futuro, para encontrarnos en una realidad del tipo “los
supersónicos”, con autos voladores, robots, o cabinas de teletransportación
(The Fly, 1986, dirigida por David Cronemberg).
Al ir creciendo comenzamos a mirar hacia el pasado, para ver: a los
piratas, los caballeros de las cruzadas o la remota era de los dinosaurios. Al
madurar seguimos obsesionados con ir al pasado, pero a momentos específicos de
nuestra propia vida, y así evitar traumas de la infancia, o repetir pasajes de
la adolescencia y primera juventud con la intención de cambiarlos (giño a El
efecto mariposa con Ashton Kutcher, y que concluye con mi canción favorita de
Oasis: Stop Crying Your Heart Out).
Estamos hechos de nostalgia, como ese perfume que aparece anunciado en
Watchmen (1986-87) de Alan Moore y Dave Gibbons. Siempre mirando hacia atrás y
esperando lo mejor del mañana, pero jamás nos pasa por la mente relacionar
ambos momentos inexistentes en la realidad; sin considerar que lo hecho ayer
impacte el desarrollo de acontecimientos futuros.
Regresando a Volver al futuro,
recordamos a Marty McFly viajando al año de 1955 en un DeLorean DMC-12, y precisamente por el hecho
de aparecer en una época que no es la suya, pone en peligro su existencia al
haber interferido el momento en que sus padres se conocieron. Para arreglar las
cosas McFly (que en ese momento es conocido como Calvin Klein, nombre escrito
en su ropa interior), debe lograr que sus padres coincidan en el Baile del
Encanto bajo el Océano (convence a su padre, un verdadero geek de la época,
haciéndose pasar por el extraterrestre Darth Vader del planeta Vulcano), para
que bailen, se besen por primera vez, y se enamoren; de paso inventa el
Rock’n’Roll al tocar Johnny B. Goode
de Chuck Berry, pues casualmente se encuentra en el baile su primo Martin que
le da el pitazo al guitarrista oriundo de St. Louis Missouri. Todo esto ocurre
mientras el Doc Brown hace lo posible por captar la energía de un rayo (1.21
gigawatts), que permitirá al DeLorean viajar de regreso al futuro (que es el
presente de los personajes), en el año de 1985.
Al final de la película, McFly
deberá emprender un nuevo viaje con el Doc, 30 años en el futuro, al 21 de
octubre de 2015, o sea, nuestro presente. Lo inminente de la fecha ha causado
el repentino interés por ver qué tanto se cumplieron las predicciones de lo que
se vio en Volver al futuro II. Cuando el Doc Brown dice al final de la primera
parte: “A donde vamos no necesitamos caminos”, e inmediatamente vemos despegar
al DeLorean, sabemos que el futuro estará plagado de maravillas, y lo vemos (aunque
brevemente por cuestión de presupuesto) en la segunda parte. Lo primero son los
autos voladores, y a continuación: un aparato que convierte la basura en
combustible, predicciones meteorológicas exactas, cirugía plástica para todos,
ropa y zapatos autoajustables y con sistema de secado integrado, anuncios
holográficos, innovadores envases de refresco, patinetas voladoras, cámaras en
todas partes, pantallas de visión múltiple, sistemas de identificación
dactilar, hidratador de alimentos, cinturón anti gravitacional, robots
flotantes que pasean a las mascotas, lentes y pantallas para hacer video
llamadas.
Pues finalmente estamos en el
futuro, pero son pocas las maravillas presentadas en la cinta y que disfrutamos
actualmente. Aun es lejano el momento de los autos voladores, si bien se ha logrado
la patineta flotante gracias al magnetismo (todavía en fase de prototipo, por
supuesto), las video llamadas y los Google glass, las cámaras en celulares (que
cumplen la profecía del Big Brother orwelliano), las imágenes holográficas
están en pleno desarrollo, y la cirugía cosmética se ha vuelto algo común
(alcanzando en muchos casos el grado de obsesión). El gran avance obviamente es
Internet, cuyo alcance no acabamos de imaginar. Las grandes marcas como Pepsi y
Nike ya anunciaron que lanzarán al mercado símiles de sus productos vistos en
la película de 1989.
Lo irónico es que nos encontramos en
una época que rinde culto a la estética de modas anteriores. La nostalgia por
los 80’s del siglo XX se mantiene debido al incipiente poder adquisitivo de quienes
nacimos en esa década.
Hoy llega McFly a las 4 : 30 de la tarde, el futuro por fin nos alcanzó.
⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía no. 125, octubre 18 de 2015.)