21 octubre, 2015

NOSTALGIA: El futuro por fin nos alcanzó ⃰



Sábado, octubre 26, 1985… Esa era la proverbial fecha que servía de hilo conductor a la saga Volver al futuro, de Robert Zemeckis, protagonizada por Michael J. Fox y Christopher Loyd. Estrenada ese mismo año, se convirtió en referente de una época, marcando a una generación. También de ese año recordamos: The Breakfast Club (John Hughs), The Goonies (con todo y tema de Cindy Lauper), Rocky IV y Rambo II (ambas protagonizadas por Sly “The Expendable” Stallone); y merece mención la primera novela de Bret Easton Ellis, Menos que cero (Less than Zero, título tomado de una canción de Elvis Costello), que apenas dos años después se llevaría a la pantalla con: Andrew McCarthy, James Spader (que actualmente podemos ver en The Black List), Jami Gertz, y Robert Downey Jr. en un papel que se volvería profético respecto a su vida. Y sí, Easton Ellis también es autor de American Pshyco, novela que retrata los excesos de la generación Reagan.

Dentro de la ciencia ficción podemos dedicar todo un apartado a las historias futuristas y los viajes en el tiempo. Mención aparte merecen las distopías más célebres de la literatura: Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), Un mundo feliz (Aldous Huxley), 1984 (George Orwell), y La máquina del tiempo (H. G.Wells), cuya influencia no niegan los guionistas de Volver al futuro. Desde niños hemos jugueteado con la posibilidad de viajar a otras épocas, casi siempre al futuro, para encontrarnos en una realidad del tipo “los supersónicos”, con autos voladores, robots, o cabinas de teletransportación (The Fly, 1986, dirigida por David Cronemberg).

Al ir creciendo comenzamos a mirar hacia el pasado, para ver: a los piratas, los caballeros de las cruzadas o la remota era de los dinosaurios. Al madurar seguimos obsesionados con ir al pasado, pero a momentos específicos de nuestra propia vida, y así evitar traumas de la infancia, o repetir pasajes de la adolescencia y primera juventud con la intención de cambiarlos (giño a El efecto mariposa con Ashton Kutcher, y que concluye con mi canción favorita de Oasis: Stop Crying Your Heart Out).



Estamos hechos de nostalgia, como ese perfume que aparece anunciado en Watchmen (1986-87) de Alan Moore y Dave Gibbons. Siempre mirando hacia atrás y esperando lo mejor del mañana, pero jamás nos pasa por la mente relacionar ambos momentos inexistentes en la realidad; sin considerar que lo hecho ayer impacte el desarrollo de acontecimientos futuros.
 
 

            Regresando a Volver al futuro, recordamos a Marty McFly viajando al año de 1955 en un  DeLorean DMC-12, y precisamente por el hecho de aparecer en una época que no es la suya, pone en peligro su existencia al haber interferido el momento en que sus padres se conocieron. Para arreglar las cosas McFly (que en ese momento es conocido como Calvin Klein, nombre escrito en su ropa interior), debe lograr que sus padres coincidan en el Baile del Encanto bajo el Océano (convence a su padre, un verdadero geek de la época, haciéndose pasar por el extraterrestre Darth Vader del planeta Vulcano), para que bailen, se besen por primera vez, y se enamoren; de paso inventa el Rock’n’Roll al tocar Johnny B. Goode de Chuck Berry, pues casualmente se encuentra en el baile su primo Martin que le da el pitazo al guitarrista oriundo de St. Louis Missouri. Todo esto ocurre mientras el Doc Brown hace lo posible por captar la energía de un rayo (1.21 gigawatts), que permitirá al DeLorean viajar de regreso al futuro (que es el presente de los personajes), en el año de 1985.
 
 

            Al final de la película, McFly deberá emprender un nuevo viaje con el Doc, 30 años en el futuro, al 21 de octubre de 2015, o sea, nuestro presente. Lo inminente de la fecha ha causado el repentino interés por ver qué tanto se cumplieron las predicciones de lo que se vio en Volver al futuro II. Cuando el Doc Brown dice al final de la primera parte: “A donde vamos no necesitamos caminos”, e inmediatamente vemos despegar al DeLorean, sabemos que el futuro estará plagado de maravillas, y lo vemos (aunque brevemente por cuestión de presupuesto) en la segunda parte. Lo primero son los autos voladores, y a continuación: un aparato que convierte la basura en combustible, predicciones meteorológicas exactas, cirugía plástica para todos, ropa y zapatos autoajustables y con sistema de secado integrado, anuncios holográficos, innovadores envases de refresco, patinetas voladoras, cámaras en todas partes, pantallas de visión múltiple, sistemas de identificación dactilar, hidratador de alimentos, cinturón anti gravitacional, robots flotantes que pasean a las mascotas, lentes y pantallas para hacer video llamadas.



            Pues finalmente estamos en el futuro, pero son pocas las maravillas presentadas en la cinta y que disfrutamos actualmente. Aun es lejano el momento de los autos voladores, si bien se ha logrado la patineta flotante gracias al magnetismo (todavía en fase de prototipo, por supuesto), las video llamadas y los Google glass, las cámaras en celulares (que cumplen la profecía del Big Brother orwelliano), las imágenes holográficas están en pleno desarrollo, y la cirugía cosmética se ha vuelto algo común (alcanzando en muchos casos el grado de obsesión). El gran avance obviamente es Internet, cuyo alcance no acabamos de imaginar. Las grandes marcas como Pepsi y Nike ya anunciaron que lanzarán al mercado símiles de sus productos vistos en la película de 1989. 



            Lo irónico es que nos encontramos en una época que rinde culto a la estética de modas anteriores. La nostalgia por los 80’s del siglo XX se mantiene debido al incipiente poder adquisitivo de quienes nacimos en esa década.
 
             Hoy llega McFly a las 4 : 30 de la tarde, el futuro por fin nos alcanzó.
 


 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía no. 125, octubre 18 de 2015.)

16 octubre, 2015

Lo mejor de tu vida ⃰


El tiempo, como moneda de cambio, vive su mayor momento de depreciación. Relativamente se considera que disponemos de mayor tiempo de ocio que en otras épocas de la historia. La mayor parte de nuestras actividades, fuera de las horas laborales, se encuentran sujetas a acciones muy específicas de las que nos hemos vuelto esclavos. El llamado tiempo de calidad con la familia, la comida o la cena, se lleva a cabo en torno al televisor.

            Un efecto curioso, derivado de haber vencido la penumbra de la noche con la luz eléctrica, y así poseer más horas para el ocio, es la implementación del trabajo nocturno, el hábito arraigado de los horarios estelares en televisión, radio, o un mayor uso de redes sociales durante la noche, privándonos de valiosas horas de sueño reparador. Trabajamos más, dormimos menos, y encima, empleamos la mayoría de nuestro tiempo libre a ser telespectadores o a navegar en el ciberespacio. 

            Y eso hasta antes de que se tuviera un mayor acceso a los smartphones, y se ampliara el rango en la señal de internet. Lo cual ha propiciado que los usuarios estén al pendiente de las redes sociales durante sus horas de vigilia. Anteriormente la principal preocupación era el tiempo de nuestra vida que dedicábamos como telespectadores. Ahora podemos prescindir de los anuncios comerciales que inicialmente sólo invadían los espacios de la TV abierta, en el último par de décadas también han saturado los sistemas de televisión de paga, con excepción del Netflix cuya popularidad ha ido creciendo precisamente porque los usuarios han comparado un ahorro de tiempo al disminuir a cero los anuncios comerciales. Me permito citar la siguiente estadística: “La media de tiempo que están invirtiendo los suscriptores de Netflix viendo contenidos cada día es de 1,5 horas, mientras que por cada hora de televisión emitida en todo el mundo hay unos 15 minutos y 30 segundos de publicidad. Haciendo cuentas, Netflix nos 'ahorra' al año 130 horas de anuncios, que son unos cinco días y medio o 65 películas.”

            Ese es otro fenómeno que ¾quisiéramos pensar¾ ha hecho temblar a los grandes corporativos comerciales. Al popularizarse este sistema de TV online, las personas encuentran el mejor horario para disfrutar de series o películas. Al tener acceso a un gran catálogo de series con temporadas completas, pueden disfrutar de uno o dos capítulos por día. Finalmente han roto las cadenas que los subyugaban al encontrarse con que debían ver completita la barra de telenovelas del “canal de las que enseñan”, o chutarse semana tras semana las mismas películas una y otra vez. Ahora tienen al alcance de un click programas de calidad que no están sujetos a un horario fijo y depurado de espacios de anunciantes.

            Obviamente este sistema resultará benéfico si la persona sabe administrar su tiempo. En lugar de procurarse tiempo de calidad, se está de manera intermitente atendiendo los quehaceres del día, interrumpidos de tanto en tanto por las actualizaciones en redes sociales o responder el WhatsApp. Esa es otra cuestión que ha transformado nuestra interacción con la realidad. Ha cambiado nuestra forma de aprehender y apreciar los estímulos externos y la información que asimilamos a cada momento.

Un ejemplo concreto lo encontramos en nuestros erráticos hábitos de lectura. En cuanto a volumen probablemente leemos más que en otras épocas, pero se trata de información fragmentada: mensajes de texto, tweets, encabezados de posts, comentarios del Facebook, y de cuando en cuando los subtítulos en series y películas (si estas no cuentan con doblaje). Difícilmente llegamos a leer completo y de corrido un artículo de más de dos cuartillas, apenas se nos va la hebra, nos distraemos con cualquier ruido o regresamos a la pantalla del celular para revisar las actualizaciones. Ya no esperemos que alguien menor de treinta años sea capaz de leer un libro completo.    

Se objetará que muchas personas leen Harry Potter, las sagas Crepúsculo, Juego de Tronos o 50 sombras de Grey, en mayor o menor medida libros diseñados para entretener, y que cumplirán una función positiva si se convierten en libros de iniciación (que fomenten el gusto por la lectura y lleven a esos lectores noveles a buscar obras que verdaderamente reten y estimulen su intelecto). El problema se acentúa cuando analizamos nuestros hábitos de lectura y búsquedas en la red.

Un artículo de Nicholas Carr, ¿Google nos está volviendo estúpidos?, publicado en 2008, expresa su preocupación al encontrar que nos hemos habituado a esperar encontrar la información esencial en la inmediatez. Anteriormente buscábamos conceptos en obras de consulta o enciclopedias. Comprender un tema requería análisis y reflexión, revisar y comparar varios textos y autores, generando nuestro propio juicio: eso era adquirir un conocimiento. Ahora es de lo más común el proverbial “copy-paste”,  revisamos una o dos entradas, la infalible Wikipedia y alguna página especializada, siempre los primeros resultados que nos arroja el buscador.

Lo preocupante es que eso se ha vuelto la educación superior. Los estudiantes ya no asimilan contenidos, ni generan su propio aprendizaje. Sencillamente fabrican sofisticados acordeones y notas que memorizarán brevemente para los exámenes finales. Esos son los futuros profesionistas que México tanto necesita.

Llevamos esos hábitos de búsqueda a toda experiencia de vida. Como oprimir un botón que produzca espontáneamente un orgasmo, sin disfrutar del proceso de seducción o el jugueteo previo. Preferimos dócilmente la chispa de la vida que nos ofrecen los anunciantes. Simulacros de felicidad, tan efímeros que en lugar de sentirnos estafados recurrimos a estos y nos enganchamos como Sísifo haciendo rodar su roca cuesta arriba.

Neil Gaiman, creador de Sandman, dedicó dos miniseries a Muerte, hermana mayor de Sueño, tituladas: “El alto costo de la vida”, y “Lo mejor de tu vida”. La primera nos cuenta como Muerte encarna en una forma humana cada cien años por un día, y así experimenta la dicha y sufrimiento de ser mortal, enseñándonos que todo tiene un costo, y que tu experiencia de la vida será enriquecedora si estás dispuesto a pagar el precio. Se complementa con el segundo tomo, que expresa precisamente cómo nos empeñamos en conseguir algo que creemos es la felicidad, cuando en realidad ésta ya forma parte de nuestra vida, y lo único que necesitamos es: darnos cuenta.

Qué será entonces lo mejor de nuestra vida, disfrutar de una bebida de cola porque así lo sugiere el eslogan, o embarcarnos en esa búsqueda que nos permite apreciar eso que ya está en nosotros pero que de otro modo nunca seremos capaces de ver.

En la actualidad buscamos las instrucciones, la receta que nos brinde el secreto de la felicidad. Por eso se venden tirajes completos de: El secreto, Los cuatro acuerdos, o las obras de Paulo Coelho. La humanidad ha perdido el verdadero sentido de búsqueda. Seleccionando porciones de información aquí y allá no alimentamos nuestro espíritu, en cambio, con el acto de paladear y el esfuerzo de discernir la información, es como generamos nuestra propia experiencia de vida.
 
 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada.)

09 octubre, 2015

Guía de supervivencia para el lector novel ⃰




Con motivo de la 47 Feria del Libro en Aguascalientes (que concluyó el pasado domingo), se dedica este artículo a esbozar algunas notas a propósito de la lectura y los libros. No se trata de una apología, ni de un intento por concientizar a la población sobre la importancia de formar una sociedad lectora en México; para eso existen instancias y espacios más adecuados.

No es novedad hablar del libro como un objeto obsoleto y en desuso. Como medio de entretenimiento, el libro debe competir con la televisión, el cine, internet, y recientemente con dispositivos electrónicos (Tablets y Smartphones), que desempeñan la misma función, a la par que auguran su inminente desaparición.

El libro como objeto, se ha vuelto un lujo. Para volver atractivo su consumo, se le fetichiza, dotándolo de una serie de cualidades y características que francamente resultan innecesarias una vez que obviamos su esencia en el uso. Un buen libro no adquiere su valor en la presentación (portada, solapas, cubre polvos), cantidad de páginas, ilustraciones, o diseño innovador (tipografías, desplegables, pop-up), sino en la calidad de su contenido, lo raro de la edición (cuando se trata de un título o autor inédito en nuestra lengua, que nunca o hacía mucho no se editaba), la relevancia del tema que trata, así como el valor ¾sentimental o intelectual¾ que cada lector da a dicha obra.

En un artículo anterior, comentábamos acerca del impacto y modificación de nuestros hábitos de lectura (Autonomía, no. 122), con la aparición de nuevas tecnologías y gadgets; en esta ocasión enfocaremos nuestro análisis al “libro como artefacto”.

Las herramientas que han acompañado al hombre en su evolución cultural se han transformado significativamente pero en el fondo siguen conservando su “esencial simplicidad”. La utilización de la rueda se mantiene presente hasta nuestros días, pero ¿no era más obvio reproducir en una máquina el desplazamiento por medio de extremidades? Obvio, por supuesto, pero completamente impráctico. Ahora bien, ¿en qué ejemplo de la naturaleza se inspira el hombre para la utilización de ruedas? Ocurre algo similar en el lenguaje escrito. De la roca a la arcilla, de la madera al papel, el hombre ha escrito en cualquier superficie o material maleable. El acceso al conocimiento pudo democratizarse al atenderse dos principios básicos: reproducción masiva y practicidad. El pergamino fue el gran libro de la antigüedad, pero había que enrollar y desenrollar. Con la computadora (páginas web, blogs o procesadores de textos), recuperamos un poco esa costumbre. El libro, en cambio, representó la mayor revolución en cuanto a difusión y almacenamiento de información. La actual tecnología de pantallas táctiles recupera el “dar vuelta a la página”. Ha cambiado el medio pero en esencia las formas se mantienen.

La plataforma es otra, pero el formato persiste. El mejor ejemplo es la música. El concepto de disco nació como un formato. La duración de las canciones se debe a la difusión en radio. La era digital nos trae infinitas posibilidades, pero se sigue recurriendo a una fórmula que nació con la aparición del vinilo. La fotografía no sustituyó a la pintura, ni el cine al teatro, y probablemente las impresoras 3-D no desaparecerán la escultura. ¿Por qué seguir haciendo libros si existe el audio y el video? ¿Por qué seguir escribiendo novelas si terminarán adaptándose a cine?

El acto de leer un libro implica concentración. Te involucras con el objeto: físicamente, cuando subrayas una frase, o anotas un comentario al margen; y emocionalmente, cuando llevas en tu interior lo leído durante días o semanas. La experiencia de leer digitalmente implica otros procesos, como el uso de hipervínculos, complementar con audios, videos, imágenes o diagramas. Un verdadero libro electrónico implica aptitudes multidisciplinares. A título personal, compraré un libro electrónico sólo si me ofrece una genuina experiencia multimedia, de lo contrario sólo se tratará de un libro digitalizado.

El libro como artefacto seguirá existiendo, incluso como objeto compuesto de papel y tinta. Zanjado esto, prosigo con un par de apuntes sobre “ese algo” que puede cautivarnos al leer un libro.

Casi al principio de Alicia en el País de las Maravillas encontramos esto: “había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.” Son las palabras del autor lo que nos acompaña, y la manera en que cada lector las siente. No se requiere más.

Ciertos libros se vuelven clásicos, al grado de retratar una época. La novela que dio fama a Jack Kerouac, On the Road (En el camino), publicada en 1957, pero escrita algunos años antes, fue la gran novela americana que definió a la generación de la posguerra. Curioso que el autor compuso un rollo de 36 metros de longitud con tiras de papel, que tardó en mecanografiar 3 semanas, sin utilizar un sólo punto y aparte, lo que nos da un largo párrafo de unas 400 páginas. Lo narrado por Kerouac masificó un estilo de vida que cautivó a varias generaciones de jóvenes, quienes hicieron de la carretera su filosofía. En el imaginario del lector mexicano destaca un pasaje, en la última parte, cuando los protagonistas (Dean Moriarty y Sal Paradise) llegan a Ciudad Victoria en Tamaulipas, y conocen a Gregorio, que les consigue marihuana y los lleva a un prostíbulo donde todo el tiempo suena el Mambo. Al final de la escena, Kerouac sentencia: “…de pronto recordé que estaba en México, y no en una fantasía pornográfica de hashish en el cielo.

Otra novela que encuentra en la carretera y los moteles, el fondo para su puesta en escena, es Lolita de Vladimir Nabokov (1955), cuyo protagonista, Humbert Humbert, narra el profundo amor que siente por su adorada nínfula Lo. Muchos endilgan al libro la etiqueta de literatura erótica, cuando el pasaje más obsceno que podrán encontrar es el siguiente: “La pequeña Lo zarandeó mi pobre fuente de vida con energía y de la manera más prosaica, igual que si hubiera sido un adminículo inanimado desconectado por completo de mi ser.” Más admirable todavía, es que a pesar de las discrepancias anatómicas entre la “fuente de la vida” de Humbert, y un adolescente, Lo en ningún momento se pandeó (eufemismo para decir que no emprendió la retirada).   

            Un último ejemplo (pero no el único) de como un gran escritor sabe velar los aspectos más sórdidos, pero igualmente naturales en el ser humano, lo encontramos en Confesiones de una Máscara (1949), obra autobiográfica de Yukio Mishima, en la que describe cómo a los doce años descubre la angustia de poseer un juguete nuevo: “Ese juguete aumentaba de volumen en toda oportunidad y parecía insinuar que debidamente utilizado, podía ser fuente de delicias.” En particular, dicho juguete asomaba su inquisitiva cabeza, y se derramaba en gozo ante una reproducción del San Sebastián de Gido Reni.

Igualmente sutil encontrará el lector, y a pesar del título, Marranadas (Truismes), de Marie Darrieussecq.

 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada no. 124, Octubre 4 de 2015.)

02 octubre, 2015

DAYTRIPPER: Siempre se pierde el tiempo en morir lo innecesario ⃰




En un artículo anterior hablábamos del valor que damos a nuestro tiempo de vida, y dejábamos en el aire la pregunta: ¿qué tanto aprovechamos nuestros momentos, o instantes privilegiados, si en ocasiones damos prioridad a aquello que erróneamente creemos necesario?
Encuentro dos ejemplos sobre esta cuestión, que seguramente tendré presentes de por vida. El primero lo hallé en un cuento de Poe, El retrato oval, donde se narra la historia de un pintor cuya obra maestra implica inmortalizar a su amada; el clímax del relato ocurre cuando se recalca el ensimismamiento del artista en el lienzo, y deja de ver a su musa que posa infatigable. Una vez que concluye el cuadro, el pintor queda extasiado por su trabajo, y exclama con un grito horrorizado: “¡Verdaderamente es la vida misma!” El narrador concluye la historia al mencionarnos que luego de tal exclamación, el pintor regresa la mirada a su amada, que: “estaba muerta”. Un ejemplo actualizado de dicha situación lo percibo cuando voy a un concierto y la gente en lugar de disfrutar el espectáculo se empeña en grabarlo con su celular.
Fue tal la impresión que me dejó el relato de Poe, que todavía se me eriza la piel cuando lo releo. Y en cuanto al segundo ejemplo, se trata de un pasaje en La Nausea de Jean Paul Sartre, donde luego de muchos años, Antoine Roquientin, el protagonista, se reencuentra con un viejo amor, Anny, y al darse cuenta que ya no tiene nada en común con ella, le pide que vuelva a hablarle de los “momentos perfectos”, ella le hace una exposición que recuerda una anécdota de su infancia, y centraba su atención en los pocos grabados que aparecían en la Historia de Michelet, aproximadamente tres ilustraciones por cada volumen, y ella en su pensamiento infantil creía que esos pocos momentos eran muy significativos, pues fueron elegidos para ilustrarse por encima de otros.
Aquí podemos dar el salto a la narrativa gráfica, donde se cuentan historias como si se tratara de una película, si bien el número de fotogramas se reduce, a los instantes clave mínimos, para poder hilvanar en pocas páginas un relato lleno de matices.
En esta ocasión el sello Vertigo trae a México una historia diferente. Difícilmente habría llegado a nuestro país en otras circunstancias. Daytripper se publicó originalmente como una serie limitada de diez números, posteriormente se compiló como novela gráfica (en 2010), y es en ese formato como llega hasta nosotros. Una situación fortuita hizo posible esta edición mexicana, la visita de sus autores a la Mole Comic Con de este año, precisamente este fin de semana (del 18 al 20 de septiembre). Se trata de los artistas brasileños: Gabriel Bá y Fabio Moon, que a pesar del despiste que puedan darnos sus nombres, son hermanos gemelos.  
 
 
Ambos dibujantes, extremadamente talentosos, y cuando colaboran juntos tienen la capacidad de repartirse las labores de guión y dibujo según lo pida la historia que se proponen contar (casi siempre con un acabado en blanco y negro, pero en el caso de Daytripper cuentan con el experimentado Dave Stewart al color). La trayectoria de ambos podemos rastrearla a inicios de la década pasada, donde pasaron de trabajos de autor en su natal Sao Paulo (10 Pãezinhos), a colaboraciones en el mercado americano. Destaca la participación de Gabriel Bá con Gerard Way, antes líder de My Chemical Romance, en la atípica saga de superhéroes The Umbrella Academy (ya publicadas en nuestro país las primeras dos miniseries: The Apocalyse Suite y Dallas); con Matt Fraction en Casanova (serie de espionaje con tintes alucinógenos); mientras que de Fabio Moon podemos destacar su colaboración con Kirsten Baldock en Smoke & Guns, (novela gráfica de ambientación noir); o el esfuerzo que realizaron en conjunto para B.P.R.D.: 1947, serie de Mike Mignola (artista con el que comparten trazos en común), del universo Hellboy.   
 Para definir Daytripper bien podemos retomar la explicación que dan sus autores: “trata de la vida”. Es aquí donde cobra sentido el extenso preámbulo del inicio.
El hilo conductor de los diez capítulos, es la historia de Brás de Oliva Domingos, un escritor en ciernes (escribe los obituarios para el periódico), que al principio siente el peso de la sombra de su padre, Benedito de Oliva Domingos, quien es un autor reconocido, con una trayectoria de 40 años.
El protagonista se vuelve entrañable, lo acompañamos en los momentos clave de su vida, algunos son momentos trascendentales, otros son simplemente “situaciones privilegiadas” (como las llama Anny en La Nausea), aquellos instantes que son como la calma antes de la tempestad. Esto les quedará más claro al llegar al capítulo cinco de Daytripper, que narra la infancia de Brás, a los 11 años, ese punto del relato se centra en la familia, vista desde la perspectiva de un niño: la convivencia, los juegos, el lugar de reunión, el primer beso, en fin, el milagro de estar vivo.
 
 
De hecho cada capítulo se centra en un momento específico en la vida de Brás: a los 32, momento en que su padre, Benedito, alcanza el reconocimiento de su obra como escritor; a las 21, cuando la vida le trae el primer gran amor; a los 28, donde sufre una gran ruptura, pero la vida le tiene preparada una sorpresa a la vuelta de la esquina, en el momento menos esperado; a los 41, cuando la vida se torna una ironía, pues por un lado le trae la dicha de ser padre, y por el otro, le arrebata a su padre; a los 33, que está a punto de dar el salto en su carrera: consolidarse como escritor, y al mismo tiempo el mejor amigo se va; a los 38, disfruta la fama como escritor, pero no deja de pensar en el amigo ausente, y no pierde la esperanza de encontrarlo; y en fin, a los 76, viendo la vida en perspectiva, sabiendo que el fin está cerca.
¿Qué hace de Daytripper una historia entrañable, una gran obra? (Aquí viene el mega spoiler.) Muy sencillo, en cada capítulo el protagonista muere. Y en el siguiente capítulo continúa su vida donde la dejó. Sí y no, pues además podemos decir que Gabriel y Fabio intentan retratar “la vida misma”, y a mi juicio lo logran. En cierto modo, la constante presencia de la muerte nos pone contra la pared, nos sacude, nos shockea, pues en casi todos los casos llega sin previo aviso. Les apuesto que al estar leyendo hasta se les va a olvidar esta revelación. La clave es mimetizarnos con la historia de Brás, esto será cada vez más sencillo para aquellos que tengan la oportunidad de leerlo a una mayor edad, pues la experiencia pone las cosas en perspectiva, aunque a veces necesitemos de un jalón de orejas cuando nos empecinamos en ciertas ideas.
 
 
Una excelente propuesta de narrativa gráfica. Si no son asiduos a los cómics, pero disfrutan de una buena historia, les recomiendo ampliamente Daytripper. Al terminarla verán el mundo con nuevos ojos.
 
 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada Aguascalientes, septiembre 20 de 2015.)