21 octubre, 2015

NOSTALGIA: El futuro por fin nos alcanzó ⃰



Sábado, octubre 26, 1985… Esa era la proverbial fecha que servía de hilo conductor a la saga Volver al futuro, de Robert Zemeckis, protagonizada por Michael J. Fox y Christopher Loyd. Estrenada ese mismo año, se convirtió en referente de una época, marcando a una generación. También de ese año recordamos: The Breakfast Club (John Hughs), The Goonies (con todo y tema de Cindy Lauper), Rocky IV y Rambo II (ambas protagonizadas por Sly “The Expendable” Stallone); y merece mención la primera novela de Bret Easton Ellis, Menos que cero (Less than Zero, título tomado de una canción de Elvis Costello), que apenas dos años después se llevaría a la pantalla con: Andrew McCarthy, James Spader (que actualmente podemos ver en The Black List), Jami Gertz, y Robert Downey Jr. en un papel que se volvería profético respecto a su vida. Y sí, Easton Ellis también es autor de American Pshyco, novela que retrata los excesos de la generación Reagan.

Dentro de la ciencia ficción podemos dedicar todo un apartado a las historias futuristas y los viajes en el tiempo. Mención aparte merecen las distopías más célebres de la literatura: Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), Un mundo feliz (Aldous Huxley), 1984 (George Orwell), y La máquina del tiempo (H. G.Wells), cuya influencia no niegan los guionistas de Volver al futuro. Desde niños hemos jugueteado con la posibilidad de viajar a otras épocas, casi siempre al futuro, para encontrarnos en una realidad del tipo “los supersónicos”, con autos voladores, robots, o cabinas de teletransportación (The Fly, 1986, dirigida por David Cronemberg).

Al ir creciendo comenzamos a mirar hacia el pasado, para ver: a los piratas, los caballeros de las cruzadas o la remota era de los dinosaurios. Al madurar seguimos obsesionados con ir al pasado, pero a momentos específicos de nuestra propia vida, y así evitar traumas de la infancia, o repetir pasajes de la adolescencia y primera juventud con la intención de cambiarlos (giño a El efecto mariposa con Ashton Kutcher, y que concluye con mi canción favorita de Oasis: Stop Crying Your Heart Out).



Estamos hechos de nostalgia, como ese perfume que aparece anunciado en Watchmen (1986-87) de Alan Moore y Dave Gibbons. Siempre mirando hacia atrás y esperando lo mejor del mañana, pero jamás nos pasa por la mente relacionar ambos momentos inexistentes en la realidad; sin considerar que lo hecho ayer impacte el desarrollo de acontecimientos futuros.
 
 

            Regresando a Volver al futuro, recordamos a Marty McFly viajando al año de 1955 en un  DeLorean DMC-12, y precisamente por el hecho de aparecer en una época que no es la suya, pone en peligro su existencia al haber interferido el momento en que sus padres se conocieron. Para arreglar las cosas McFly (que en ese momento es conocido como Calvin Klein, nombre escrito en su ropa interior), debe lograr que sus padres coincidan en el Baile del Encanto bajo el Océano (convence a su padre, un verdadero geek de la época, haciéndose pasar por el extraterrestre Darth Vader del planeta Vulcano), para que bailen, se besen por primera vez, y se enamoren; de paso inventa el Rock’n’Roll al tocar Johnny B. Goode de Chuck Berry, pues casualmente se encuentra en el baile su primo Martin que le da el pitazo al guitarrista oriundo de St. Louis Missouri. Todo esto ocurre mientras el Doc Brown hace lo posible por captar la energía de un rayo (1.21 gigawatts), que permitirá al DeLorean viajar de regreso al futuro (que es el presente de los personajes), en el año de 1985.
 
 

            Al final de la película, McFly deberá emprender un nuevo viaje con el Doc, 30 años en el futuro, al 21 de octubre de 2015, o sea, nuestro presente. Lo inminente de la fecha ha causado el repentino interés por ver qué tanto se cumplieron las predicciones de lo que se vio en Volver al futuro II. Cuando el Doc Brown dice al final de la primera parte: “A donde vamos no necesitamos caminos”, e inmediatamente vemos despegar al DeLorean, sabemos que el futuro estará plagado de maravillas, y lo vemos (aunque brevemente por cuestión de presupuesto) en la segunda parte. Lo primero son los autos voladores, y a continuación: un aparato que convierte la basura en combustible, predicciones meteorológicas exactas, cirugía plástica para todos, ropa y zapatos autoajustables y con sistema de secado integrado, anuncios holográficos, innovadores envases de refresco, patinetas voladoras, cámaras en todas partes, pantallas de visión múltiple, sistemas de identificación dactilar, hidratador de alimentos, cinturón anti gravitacional, robots flotantes que pasean a las mascotas, lentes y pantallas para hacer video llamadas.



            Pues finalmente estamos en el futuro, pero son pocas las maravillas presentadas en la cinta y que disfrutamos actualmente. Aun es lejano el momento de los autos voladores, si bien se ha logrado la patineta flotante gracias al magnetismo (todavía en fase de prototipo, por supuesto), las video llamadas y los Google glass, las cámaras en celulares (que cumplen la profecía del Big Brother orwelliano), las imágenes holográficas están en pleno desarrollo, y la cirugía cosmética se ha vuelto algo común (alcanzando en muchos casos el grado de obsesión). El gran avance obviamente es Internet, cuyo alcance no acabamos de imaginar. Las grandes marcas como Pepsi y Nike ya anunciaron que lanzarán al mercado símiles de sus productos vistos en la película de 1989. 



            Lo irónico es que nos encontramos en una época que rinde culto a la estética de modas anteriores. La nostalgia por los 80’s del siglo XX se mantiene debido al incipiente poder adquisitivo de quienes nacimos en esa década.
 
             Hoy llega McFly a las 4 : 30 de la tarde, el futuro por fin nos alcanzó.
 


 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía no. 125, octubre 18 de 2015.)

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