El tiempo, como
moneda de cambio, vive su mayor momento de depreciación. Relativamente se
considera que disponemos de mayor tiempo de ocio que en otras épocas de la
historia. La mayor parte de nuestras actividades, fuera de las horas laborales,
se encuentran sujetas a acciones muy específicas de las que nos hemos vuelto
esclavos. El llamado tiempo de calidad con la familia, la comida o la cena, se
lleva a cabo en torno al televisor.
Un efecto curioso, derivado de haber
vencido la penumbra de la noche con la luz eléctrica, y así poseer más horas
para el ocio, es la implementación del trabajo nocturno, el hábito arraigado de
los horarios estelares en televisión, radio, o un mayor uso de redes sociales
durante la noche, privándonos de valiosas horas de sueño reparador. Trabajamos
más, dormimos menos, y encima, empleamos la mayoría de nuestro tiempo libre a
ser telespectadores o a navegar en el ciberespacio.
Y eso hasta antes de que se tuviera
un mayor acceso a los smartphones, y se ampliara el rango en la señal de
internet. Lo cual ha propiciado que los usuarios estén al pendiente de las
redes sociales durante sus horas de vigilia. Anteriormente la principal preocupación
era el tiempo de nuestra vida que dedicábamos como telespectadores. Ahora
podemos prescindir de los anuncios comerciales que inicialmente sólo invadían
los espacios de la TV abierta, en el último par de décadas también han saturado
los sistemas de televisión de paga, con excepción del Netflix cuya popularidad
ha ido creciendo precisamente porque los usuarios han comparado un ahorro de
tiempo al disminuir a cero los anuncios comerciales. Me permito citar la
siguiente estadística: “La media de
tiempo que están invirtiendo los suscriptores de Netflix viendo contenidos cada
día es de 1,5 horas, mientras que por cada hora de televisión emitida en todo
el mundo hay unos 15 minutos y 30 segundos de publicidad. Haciendo cuentas,
Netflix nos 'ahorra' al año 130 horas de anuncios, que son unos cinco días y
medio o 65 películas.”
Ese es otro fenómeno que ¾quisiéramos pensar¾ ha hecho temblar a los grandes corporativos
comerciales. Al popularizarse este sistema de TV online, las personas
encuentran el mejor horario para disfrutar de series o películas. Al tener
acceso a un gran catálogo de series con temporadas completas, pueden disfrutar
de uno o dos capítulos por día. Finalmente han roto las cadenas que los
subyugaban al encontrarse con que debían ver completita la barra de telenovelas
del “canal de las que enseñan”, o chutarse semana tras semana las mismas
películas una y otra vez. Ahora tienen al alcance de un click programas de
calidad que no están sujetos a un horario fijo y depurado de espacios de
anunciantes.
Obviamente este sistema resultará
benéfico si la persona sabe administrar su tiempo. En lugar de procurarse
tiempo de calidad, se está de manera intermitente atendiendo los quehaceres del
día, interrumpidos de tanto en tanto por las actualizaciones en redes sociales
o responder el WhatsApp. Esa es otra cuestión que ha transformado nuestra
interacción con la realidad. Ha cambiado nuestra forma de aprehender y apreciar
los estímulos externos y la información que asimilamos a cada momento.
Un ejemplo concreto lo encontramos en nuestros erráticos hábitos de lectura.
En cuanto a volumen probablemente leemos más que en otras épocas, pero se trata
de información fragmentada: mensajes de texto, tweets, encabezados de posts,
comentarios del Facebook, y de cuando en cuando los subtítulos en series y
películas (si estas no cuentan con doblaje). Difícilmente llegamos a leer
completo y de corrido un artículo de más de dos cuartillas, apenas se nos va la
hebra, nos distraemos con cualquier ruido o regresamos a la pantalla del
celular para revisar las actualizaciones. Ya no esperemos que alguien menor de
treinta años sea capaz de leer un libro completo.
Se objetará que muchas personas leen Harry Potter, las sagas Crepúsculo,
Juego de Tronos o 50 sombras de Grey, en mayor o menor medida libros diseñados
para entretener, y que cumplirán una función positiva si se convierten en
libros de iniciación (que fomenten el gusto por la lectura y lleven a esos
lectores noveles a buscar obras que verdaderamente reten y estimulen su
intelecto). El problema se acentúa cuando analizamos nuestros hábitos de
lectura y búsquedas en la red.
Un artículo de Nicholas Carr, ¿Google
nos está volviendo estúpidos?, publicado en 2008, expresa su preocupación al
encontrar que nos hemos habituado a esperar encontrar la información esencial
en la inmediatez. Anteriormente buscábamos conceptos en obras de consulta o
enciclopedias. Comprender un tema requería análisis y reflexión, revisar y
comparar varios textos y autores, generando nuestro propio juicio: eso era
adquirir un conocimiento. Ahora es de lo más común el proverbial “copy-paste”, revisamos una o dos entradas, la infalible
Wikipedia y alguna página especializada, siempre los primeros resultados que
nos arroja el buscador.
Lo preocupante es que eso se ha vuelto la educación superior. Los estudiantes
ya no asimilan contenidos, ni generan su propio aprendizaje. Sencillamente
fabrican sofisticados acordeones y notas que memorizarán brevemente para los
exámenes finales. Esos son los futuros profesionistas que México tanto
necesita.
Llevamos esos hábitos de búsqueda a toda experiencia de vida. Como
oprimir un botón que produzca espontáneamente un orgasmo, sin disfrutar del
proceso de seducción o el jugueteo previo. Preferimos dócilmente la chispa de
la vida que nos ofrecen los anunciantes. Simulacros de felicidad, tan efímeros
que en lugar de sentirnos estafados recurrimos a estos y nos enganchamos como
Sísifo haciendo rodar su roca cuesta arriba.
Neil Gaiman, creador de Sandman, dedicó dos miniseries a Muerte, hermana
mayor de Sueño, tituladas: “El alto costo de la vida”, y “Lo mejor de tu vida”.
La primera nos cuenta como Muerte encarna en una forma humana cada cien años
por un día, y así experimenta la dicha y sufrimiento de ser mortal,
enseñándonos que todo tiene un costo, y que tu experiencia de la vida será
enriquecedora si estás dispuesto a pagar el precio. Se complementa con el
segundo tomo, que expresa precisamente cómo nos empeñamos en conseguir algo que
creemos es la felicidad, cuando en realidad ésta ya forma parte de nuestra vida,
y lo único que necesitamos es: darnos cuenta.
Qué será entonces lo mejor de nuestra vida, disfrutar de una bebida de
cola porque así lo sugiere el eslogan, o embarcarnos en esa búsqueda que nos
permite apreciar eso que ya está en nosotros pero que de otro modo nunca
seremos capaces de ver.
En la actualidad buscamos las instrucciones, la receta que nos brinde el
secreto de la felicidad. Por eso se venden tirajes completos de: El secreto,
Los cuatro acuerdos, o las obras de Paulo Coelho. La humanidad ha perdido el verdadero
sentido de búsqueda. Seleccionando porciones de información aquí y allá no
alimentamos nuestro espíritu, en cambio, con el acto de paladear y el esfuerzo
de discernir la información, es como generamos nuestra propia experiencia de
vida.
⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada.)
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