08 diciembre, 2010

Abrazarás a la musa... y todo eso





En el Libro Negro de Papini, ficticio diario del demoníaco Gog, aparece un pasaje en el que Mr. Gog visita México y en un bar es abordado por un joven vestido de negro ─su rostro era alargado como el de algunas figuras del Greco, era moreno y delgado, tenía bigotes negros bien recortados, unos ojos vivaces de gato salvaje a la espera de saltar sobre su presa. Tenía algo de bandido y de poeta, algunos de sus rasgos hacían pensar en antepasados indios─, quien le expone su intención de emprender una revolución de los vivos contra los muertos. Bajo la consigna: ¡Muerte a los muertos!, ¡vivan los vivos!, aquel misterioso joven de rostro alargado despliega ante el multimillonario su idea de que nos encontramos supeditados a los deseos, voluntad y genio de los muertos, vivimos según sus leyes, estudiamos su vidas, somos influenciados por sus obras de arte, en fin, les rendimos culto. Si bien por un momento el texto nos hace pensar que sería preferible vivir según nuestras muy particulares apetencias e inquietudes, finalmente es una reflexión de nuestra necesidad de trascendencia, que algo de nosotros sobreviva y exista en el inconsciente de generaciones futuras. Esto último es algo que el difunto John Lennon ha venido realizando durante los últimos treinta años.
Intentar escribir algo interesante sobre el mito de este hombre, considerado la mayor influencia en la segunda mitad del siglo XX, sería, a estas alturas, una vana pretensión. No obstante, resulta inevitable no dejar escapar la oportunidad de rendir un modesto homenaje a la leyenda que es John Lennon. Aun vigente y revistado, apenas descubierto por las nuevas generaciones, ya en las reediciones de sus discos ─con los Beatles o en solitario─, ya en las nuevas plataformas de videojuegos; el hecho es que nos sigue fascinando su vida y su obra, sobre todo cuando se desconocen los detalles escabrosos, las anécdotas memorables, o los sucesos en su vida que inspiraron su música. Para quienes ya han escuchado y vuelto a escuchar su música, deseando que hubiera algo más, el hallazgo de una rola inédita, alguna cinta experimental arrumbada, quién sabe, todo es posible. Vivimos una época de hallazgos (lamentablemente motivada por sobre explotar un producto, o refritear una fórmula): canciones que los Rolling Stones descartaron durante la grabación de un álbum, material inédito de Jimi Hendrix, manuscritos perdidos de Kafka o la inminente publicación de la autobiografía de Mark Twain cien años después de su muerte, quién sabe, tal vez si vivimos lo suficiente, para sobrevivir a Yoko Ono, finalmente sean publicados los diarios de Lennon, quizá no parezca tan emocionante como el supuesto álbum perdido de The Beatles (Everyday Chemistry), pero definitivamente seria un acontecimiento mayor que el hecho de poder comprar la música de los de Liverpool en I Tunes.
Existen muchas maneras de tocar fondo. Nunca es agradable. Un alcoholismo amargo como el de Kerouac, el tiempo que paso Verlaine en prisión tras dispararle a Rimbaud, la locura de Syd Barrett, Neal Cassady muerto en San Miguel de Allende, Charles Baudelaire sifilítico y a los cuidados de su madre, John Lennon… en su autoexilio de cinco años en el edificio Dakota de Nueva York. Al principio quería hablar del Lost Weekend ─separado de Madre, Lennon se pierde año y medio, juergas de rockstar, entusiasmo por las drogas duras y una amante asiática─, pero tras reflexionar por un instante, caigo en la cuenta de que es peor la domesticación que volver a los viejos hábitos.
Es 8 de diciembre, escucho por primera vez (completo) el Double Fantasy ─la doble fantasía, flor de la familia de las fresias, que John, en compañía de su hijo Sean, vio en un jardín botánico durantes su viaje por las Bermudas a mediados de 1980─, pero no escucho la versión original, sino la versión remasterizada y depurada de la sobreproducción original (Double Fantasy Stripped Down), para una primera impresión no puedo decir mucho, ya antes había escuchado algunas canciones, precisamente las compuestas por Lennon, canciones como: Just Like Starting Over, Beautiful Boy, Woman, Watching the Weels o I‘m Losing You; canciones que siempre estuvieron ahí, en la vida que nos ha tocado. Es curioso, jamás tuve un disco de Lennon o The Beatles, ahora sí, pero antes no, y sin embargo, siempre estuve en contacto con su música. Treinta años después de haber sido grabado, escucho un disco del cual algunas de sus piezas siempre han estado presentes, insisto en lo de algunas, para ser exacto la mitad, pues el complemento de la Fantasía Doble son canciones de Yoko Ono, por eso comencé hablando del disco aclarando que en una primera impresión no podía emitir un juicio, y supongo que tal vez pase algún tiempo sin hacer un comentario de la obra como un todo. Los críticos de música al hablar de este disco se limitan a reseñar únicamente las canciones del ex-Beatle, no tiene nada de malo, fue su último trabajo publicado en vida, la última expresión de su genio, sin importar su desfase con las tendencias del momento: la decadencia del progresivo, el efímero movimiento punk que inyecto vida al rock y de paso legó nuevas ramificaciones a la música popular, y el arribo del sonido eminentemente ochentero. Era una época distinta, atrás había quedado la vanguardia de la psicodelia. En ese entonces no creo que su momento haya pasado, Dylan sigue haciendo cosas interesantes, McCartney continua en activo. Si entráramos por un instante al mundo del hubiera, sin duda cabria la posibilidad de toparnos con un disco interesante, pero no podríamos pisar ese terreno por mucho tiempo a pesar de que la rivalidad entre John y Paul habría logrado cosas notables. Lo que si podemos apreciar es la innegable trascendencia de su música, sería pues injusto comparar la última obra de Lennon en el contexto del post-punk.
Líneas atrás mencionaba la domesticación de La Morsa. Tras sus problemas con inmigración y a nada de ser deportado, John Lennon dio un giro a su vida luego recibir a su hijo y la noticia de su recién adquirida residencia en suelo norteamericano, se retiró de la vida pública. Musicalmente su carrera estaba en el limbo, ocasionalmente aparecía en los tabloides. Luego de su muerte a manos de Mark David Chapman, sus últimos años en el retiro y su efímero regreso dieron una nueva dimensión al mito. Es el libro de Robert Rosen, publicado en 2003, un documento esclarecedor y fascinante, pero del cual se debe tomar una saludable distancia. Perfectamente documentado en lo referente a los hechos y apariciones de los Ono Lennon en público, no deja de ser especulativo al referirse a la parte privada e introspectiva de John. Entrar a sus pensamientos, sus sueños, sus peores momentos, es lo que otorga a Nowhere Man: Los últimos días de John Lennon, la categoría de obra fundamental. La leyenda es devuelta a su estado de imperfección y eso se agradece. Otorga un breve soplo de vida a quien innegablemente se ha ganado el derecho a ser recordado. Sin pretensiones de mitificarlo, Rosen nos presenta a la deslucida estrella de rock prisionera de sí, voluntariamente colocada en una jaula de oro. Es por demás sugerente la teoría de que Chapman intercambió lugar con Lennon, pues al matarlo le libera de la prisión de conformidad e intrascendencia en que se ocultaba, y él, Chapman, toma su lugar al ser encarcelado por su crimen, y aunque logra el status de celebridad, lo alcanza por razones equivocadas.