17 noviembre, 2015

Alan Moore y el suspenso sofisticado II ⃰

 

Con un texto introductorio firmado por Jamie Delano (Hellblazer), Vertigo Comics México  nos anuncia la inminente aparición de “Saga de Swamp Thing, Libro Dos”. Disponible al momento en que lean este artículo, por lo que nos damos a la tarea de ahora sí, como se prometió (Autonomía no. 119), reseñar la etapa del gran y peludo Alan Moore en La Cosa del Pantano.



            Lo primero que debemos tener claro es el cómo se construyen las historias de horror. Cada personaje debe definirse desde las primeras líneas. En el caso de Swamp Thing, Moore se propone deconstruir a la criatura al punto de hacernos conscientes que estamos ante un ser elemental, el espíritu o guardián de lo vegetal. Torturado porque se creía humano y buscaba recobrar su primigenia condición. Queda patente en la “Lección de anatomía” (apenas el segundo episodio escrito por Moore), que la Cosa del Pantano nunca fue humano, y por tanto su conflicto se vuelve mucho más aterrador, algo similar al climax de leer El Extraño de H. P. Lovecraft, cuando el narrador del relato extiende sus dedos y nos alcanza con su gélido tacto. Igualmente nos conmueve el conflicto de Alec / Swamp Thing, tener que renunciar de golpe a la única esperanza que lo mantenía adelante, creer que algún día podría recuperar su humanidad; en cambio, sólo es esa cosa… montón de barro y plantas, animado por la moderna alquimia que le insufló la conciencia del doctor Alec Holland.
 
 

            Curiosamente su principal enemigo, Anton Arcane (de quien sólo vemos su cadáver en un par de viñetas al principio del primer capítulo, pero que regresará a confrontar a Alec en el Libro Dos), elige renunciar a su humanidad para convertirse en un monstruo. Igual pasa con Jason Woodrue, Floronic Man (quien se encarga de la disección de Alec con la que el maestro Moore nos muestra la verdadera naturaleza del protagonista), un científico obsesionado con las plantas, y que tras un accidente que lo convierte en híbrido, intenta fundirse con la conciencia de lo verde, al punto de lograr poner en jaque a la Liga de la Justicia, por lo que Swamp Thing es el único capaz de enfrentar la ira de Wood-rue.

            Es innegable la pericia de Moore para dotar a estos personajes de algo más que clichés, pues el horror es uno de los géneros en que más fácilmente se puede incurrir en excesos que terminan destrozando el planteamiento.
 
 

            Además de los villanos, encontramos en el reparto de apoyo una muy trabajada caracterización. Destaca la figura de Abigail Cable (sobrina de Arcane), que al principio encarna el rol de damisela en peligro, hasta convertirse en el interés romántico de Swamp Thing. Y a pesar de las vicisitudes que vive junto a la criatura del pantano, Abby representa a la mujer independiente cuyo rol dentro de la serie se vuelve medular. Veremos mucho de este personaje en el Libro Dos, en especial pongan atención al último capítulo: Ritos de primavera, ya que aborda en un tono bastante poético la cuestión del sexo, como elemento mágico, que podemos encontrar en casi toda la obra de Moore.

            Luego de una lectura total de la etapa del Magus en Swamp Thing, la cual abarca unos 45 episodios (del #20 al 64), ocurre que visualizamos al personaje principal como un ser que evoluciona a su propio ritmo, pero a lo largo de su trayecto encarnará las distintas etapas en que se divide la existencia humana. A partir de su renacimiento, donde cobra conciencia de su verdadera naturaleza, a la que gradualmente se irá acostumbrando como si avanzara cronológicamente por la infancia, pues luego de percatarse de lo que realmente es (un monstruo con alma humana), Alec irá explorando el alcance de sus habilidades, lo cual dará a Moore diversas posibilidades que aprovechará conforme avance la serie.

El conflicto existencial que por lo general se detona en la adolescencia, servirá de combustible para dar un giro radical al personaje (su inicial incomprensión al consejo que recibe del Parlamento de los Árboles), para ir asentando su naturaleza tras el éxodo que sufrirá, hasta alcanzar la madurez que le permitirá reencontrarse con Abby, con lo cual cerrará la celebrada etapa de Moore.



            Es importante recordar que si bien el contexto de la serie es el horror, se trata del universo DC, y por tanto irán apareciendo algunos personajes del panteón superheroico: Batman, Lex Luthor, Adam Strange, Metron, Darkseid, y un miembro de los Green Lantern Corps; pero destacará la figura de un personaje que nacerá en estas mismas páginas, John Constantine. El mago que llegará para romper todos los esquemas, y de paso ayudará a nuestro protagonista a descubrir sus orígenes en el célebre arco American Gothic, del cual podremos enterarnos a partir del Libro Tres.
 
 

            En la actualidad podemos leer todo tipo de propuestas y géneros mezclados en historietas tanto nacionales como extranjeras, pero resultaba atípico encontrar en un cómic mensual, a principios de los 80, estos elementos cuidadosamente ensamblados. De igual modo nos sigue sorprendiendo la perfecta amalgama entre texto y dibujo, ya que las estrellas se alinearon para que los barrocos guiones del Magus fueran interpretados por los mejores dibujantes de la época: Stephen Bissette y John Totleben, así como las oportunas contribuciones de Rick Veitch; todos ellos supieron nutrir y reinterpretar lo antes logrado por el primer dibujante: Tom Yeates; por cierto, este grupo de artistas se graduó como la primera generación de la Joe Kubert School of Cartoon and Graphic Art.



            Algo que no está de más mencionar, es que Saga de Swamp Thing es la única serie larga en la que ha trabajado Alan Moore (o la más larga, si tomamos en cuenta trabajos posteriores como Tom Strong y Promethea, con 36 y 32 números respectivamente). Si revisamos el resto de su obra, en su mayoría se trata de miniseries, arcos argumentales o one-shots que se han ido recopilando como novelas gráficas. Por lo tanto, el desarrollo de personajes que aquí presenta explora todas las posibilidades que fue capaz de concebir sin llegar a quemar al personaje.

            Otro dato curioso es que a partir de los números que aparecen en este Libro Dos, encontramos que se deja de usar el Comics Code, y se da un cambio en el título, de “Saga of the Swamp Thing” a simplemente “Swamp Thing”, con el prefijo “Sophisticated Suspense”  (entre los episodios 30 y 31); esto con la intención de vender la historieta a lectores adultos.



Celebremos que a treinta años de su publicación llegue esta historieta a nuestro país, en una edición que permita a las nuevas generaciones apreciar la primera gran obra de Alan Moore, esa que le permitió revolucionar el cómic americano, y que para bien o para mal cambió la industria del entretenimiento hasta nuestros días, al grado de volver relevantes a los superhéroes.

 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía no. 127, noviembre 15 de 20015.)

Alan Moore y el suspenso sofisticado I ⃰




Supe de los cómics editados por el sello Vertigo/DC hace 15 años. Pasaron 9 años para que pudiera leerlos gracias a descargas digitales, y apenas hace un año pude adquirir las primeras ediciones mexicanas de este fabuloso material.

            Es curioso que a través de artículos de un tal Mauricio Matamoros, que publicaba reseñas de historietas en la difunta revista “La Mosca en la Pared”, supiera acerca del Preacher de Garth Ennis y Steve Dillon, el Shade de Milligan y Bachalo, o el Animal Man de Morrison y Troug. Sólo se requirió de unas cuantas líneas para atraparme en un universo 2D, poblado por las más estrambóticas historias y cuyos personajes resultaban tan fascinantes al no tener punto de comparación con cualquier producto de consumo masivo que ofreciera el nuevo milenio. Fue hasta el 2008 que pude leer íntegro el Sandman de Neil Gaiman. Ahora, a un año de la aparición de Vertigo Cómics México, puedo releer sin las restricciones del medio digital, aquellas historias que transformaron mi forma de asimilar y disfrutar de la ficción y el entretenimiento. Curioso que ese tal Mauricio Matamoros ahora sea el editor de la línea Vertigo/DC.



            Lo cierto es que este renacimiento del cómic, debido principalmente a la pluma y el inconformismo de escritores británicos, que padecieron a Margaret Tatcher, fue posible gracias a la visión del gran y peludo Alan Moore (como lo llama Eddie Campbell en la novela gráfica Cómo ser artista). Fue específicamente el trabajo del Magus en The Saga of the Swamp Thing lo que inició todo.



            El origen secreto de Moore, como autor de cómics, se puede rastrear hasta 1979 en la revista Sounds, donde publicaba la tira “Roscoe Moscow”, o la tira “Maxwell The Magic Cat” para un semanario de Northlands, ambos trabajos escritos y dibujados por él, firmados con los pseudónimos: Curt Vile y Jill de Ray (este último en alusión a Gilles De Rais, un francés que se recuerda como el mayor asesino de niños de la historia). Fue en 1980 que comienza a escribir los relatos de Future Shocks y Time Twisters para la revista 2000 AD, cediendo la labor de los lápices a otros artistas. Es en esta etapa donde cobrarán vida The Reversible Man o Cronopolis, historietas de apenas cuatro páginas, pero en las que ya percibimos el germen de lo que haría en trabajos posteriores. Fue en la revista Warrior donde el Magus inicia dos de sus obras más aclamadas: Marvelman, conocido en la actualidad como Miracleman, y V for Vendetta (ambas por fin editadas en nuestro país), mismas que terminaría de publicar en Estados Unidos bajo los sellos Eclipse y DC. Precisamente estos trabajos fueron los que le dieron la notoriedad para recibir el encargo de guionizar las aventuras de la Cosa del Pantano (Swamp Thing). Es a finales 1983 que aparece el número 20 de la serie, el primero firmado por Moore, bajo el muy apropiado título: Cabos sueltos. Pero será hasta el episodio 21, el célebre: “La lección de anatomía”, que el maestro comienza a brillar.



Creado en 1972, por el escritor Len Wein (también creador de Wolverine) y el artista Bernie Wrightson, como una historia de 8 páginas para la revista House of Secrets, Swamp Thing nos presenta al científico Alex Olsen, asesinado por su mejor amigo que quería quedarse con su esposa. El cuerpo de Olsen termina en el pantano y tiempo después resucita como el Swamp Thing y cobra venganza. La pequeña historia tuvo tanto éxito que tiempo después los mismos autores crean una serie a partir de la original, adaptándola un poco y quedando el protagonista con el nombre de Alec Holland, que es como se conoce al personaje. El giro que da Moore en la ya mencionada “Lección de anatomía”, es mostrarnos que no se trata de Holland convertido en la criatura del pantano, sino que se trata de un ser distinto, una entidad vegetal que se apropia de la conciencia del difunto Holland. Ese es el gran giro de tuerca, la reinvención del monstruo con alma humana.
 
 

Recuerdo que leer el Swamp Thing de Moore supuso toda una revelación de lo que hasta ese momento sabía de cómics. Muchos lectores, al igual que yo, leyeron la etapa de Moore sólo después de haber leído cosas como: Watchmen, The Dark Knight Returns, The Killing Joke, Arkham Asylum, Animal Man o The Sandman, por lo que no se sorprenden. Por eso cuando se reseña Swamp Thing como la obra maestra a un lector más o menos aventajado en sus lecturas, puede parecer inconsistente el entusiasmo de quien lo recomienda. Mi sugerencia es que hagan lo que yo, lean y disfruten el Swamp Thing de Moore entendido desde su contexto. Tomen en cuenta el período de su creación; en ese momento Moore estaba dándole forma a las ya mencionadas V for Vendetta y Miracleman; todavía no escribía Watchmen, ni existía el concepto novela gráfica (este apenas estaba cobrando vida); el personaje de John Constantine sería una creación de Moore surgida precisamente de las páginas de Swamp Thing. Es precisamente el trabajo del Magus en esta serie lo que posibilitó que los editores de DC Comics, principalmente Karen Berger, voltearan al otro lado del charco y se diera una segunda invasión inglesa (la primera fue en los 60’s con bandas como The Beatles y Rolling Stones) que traería como resultado la creación del sello Vertigo Comics en 1992. Alan Moore fue el pionero, sus obras sirvieron de base; irónicamente jamás ha escrito para este sello.  
 
 

Hay una anécdota curiosa de cómo Neil Gaiman volvió a maravillarse por los cómics, y mejor aún, se interesó por escribirlos. Era 1984, esperaba el tren en la Estación Victoria, y mientras se puso a ojear los cómics del puesto de revistas, específicamente el número 25 de Swamp Thing, titulado “El sueño de la razón”, como el grabado de Goya (de hecho Gaiman en homenaje titularía al primer episodio de Sandman “El sueño de los justos”), lo que encontró ahí le sorprendió, y dijo para sí: “esto es realmente bueno, pero no lo puede ser porque los cómics no son buenos”. Un mes después, esperando en la misma estación ojeó el siguiente. Dejo que sea el propio Gaiman quien continúe esta parte de la anécdota: “Un par de meses después volví al quiosco, pero un proceso erosivo debía de haber tenido lugar silenciosamente sobre mis barreras mentales, porque cuando vi Swamp Thing #28 simplemente lo compré y lo leí en el vagón, cuidadosamente”. Lo que Gaiman descubrió fue que en los cómics podían contarse historias con la misma profundidad y calidad que en la alta literatura. Así su pasión infantil se renovó y permeo en su pasión por la escritura. El siguiente paso era saber cómo se escriben los cómics, algo que el propio Alan Moore, con quien llegó a entablar una amistad, le instruiría.
 
 (Publicado originalmente en el suplemento autonomía no. 119.)

21 octubre, 2015

NOSTALGIA: El futuro por fin nos alcanzó ⃰



Sábado, octubre 26, 1985… Esa era la proverbial fecha que servía de hilo conductor a la saga Volver al futuro, de Robert Zemeckis, protagonizada por Michael J. Fox y Christopher Loyd. Estrenada ese mismo año, se convirtió en referente de una época, marcando a una generación. También de ese año recordamos: The Breakfast Club (John Hughs), The Goonies (con todo y tema de Cindy Lauper), Rocky IV y Rambo II (ambas protagonizadas por Sly “The Expendable” Stallone); y merece mención la primera novela de Bret Easton Ellis, Menos que cero (Less than Zero, título tomado de una canción de Elvis Costello), que apenas dos años después se llevaría a la pantalla con: Andrew McCarthy, James Spader (que actualmente podemos ver en The Black List), Jami Gertz, y Robert Downey Jr. en un papel que se volvería profético respecto a su vida. Y sí, Easton Ellis también es autor de American Pshyco, novela que retrata los excesos de la generación Reagan.

Dentro de la ciencia ficción podemos dedicar todo un apartado a las historias futuristas y los viajes en el tiempo. Mención aparte merecen las distopías más célebres de la literatura: Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), Un mundo feliz (Aldous Huxley), 1984 (George Orwell), y La máquina del tiempo (H. G.Wells), cuya influencia no niegan los guionistas de Volver al futuro. Desde niños hemos jugueteado con la posibilidad de viajar a otras épocas, casi siempre al futuro, para encontrarnos en una realidad del tipo “los supersónicos”, con autos voladores, robots, o cabinas de teletransportación (The Fly, 1986, dirigida por David Cronemberg).

Al ir creciendo comenzamos a mirar hacia el pasado, para ver: a los piratas, los caballeros de las cruzadas o la remota era de los dinosaurios. Al madurar seguimos obsesionados con ir al pasado, pero a momentos específicos de nuestra propia vida, y así evitar traumas de la infancia, o repetir pasajes de la adolescencia y primera juventud con la intención de cambiarlos (giño a El efecto mariposa con Ashton Kutcher, y que concluye con mi canción favorita de Oasis: Stop Crying Your Heart Out).



Estamos hechos de nostalgia, como ese perfume que aparece anunciado en Watchmen (1986-87) de Alan Moore y Dave Gibbons. Siempre mirando hacia atrás y esperando lo mejor del mañana, pero jamás nos pasa por la mente relacionar ambos momentos inexistentes en la realidad; sin considerar que lo hecho ayer impacte el desarrollo de acontecimientos futuros.
 
 

            Regresando a Volver al futuro, recordamos a Marty McFly viajando al año de 1955 en un  DeLorean DMC-12, y precisamente por el hecho de aparecer en una época que no es la suya, pone en peligro su existencia al haber interferido el momento en que sus padres se conocieron. Para arreglar las cosas McFly (que en ese momento es conocido como Calvin Klein, nombre escrito en su ropa interior), debe lograr que sus padres coincidan en el Baile del Encanto bajo el Océano (convence a su padre, un verdadero geek de la época, haciéndose pasar por el extraterrestre Darth Vader del planeta Vulcano), para que bailen, se besen por primera vez, y se enamoren; de paso inventa el Rock’n’Roll al tocar Johnny B. Goode de Chuck Berry, pues casualmente se encuentra en el baile su primo Martin que le da el pitazo al guitarrista oriundo de St. Louis Missouri. Todo esto ocurre mientras el Doc Brown hace lo posible por captar la energía de un rayo (1.21 gigawatts), que permitirá al DeLorean viajar de regreso al futuro (que es el presente de los personajes), en el año de 1985.
 
 

            Al final de la película, McFly deberá emprender un nuevo viaje con el Doc, 30 años en el futuro, al 21 de octubre de 2015, o sea, nuestro presente. Lo inminente de la fecha ha causado el repentino interés por ver qué tanto se cumplieron las predicciones de lo que se vio en Volver al futuro II. Cuando el Doc Brown dice al final de la primera parte: “A donde vamos no necesitamos caminos”, e inmediatamente vemos despegar al DeLorean, sabemos que el futuro estará plagado de maravillas, y lo vemos (aunque brevemente por cuestión de presupuesto) en la segunda parte. Lo primero son los autos voladores, y a continuación: un aparato que convierte la basura en combustible, predicciones meteorológicas exactas, cirugía plástica para todos, ropa y zapatos autoajustables y con sistema de secado integrado, anuncios holográficos, innovadores envases de refresco, patinetas voladoras, cámaras en todas partes, pantallas de visión múltiple, sistemas de identificación dactilar, hidratador de alimentos, cinturón anti gravitacional, robots flotantes que pasean a las mascotas, lentes y pantallas para hacer video llamadas.



            Pues finalmente estamos en el futuro, pero son pocas las maravillas presentadas en la cinta y que disfrutamos actualmente. Aun es lejano el momento de los autos voladores, si bien se ha logrado la patineta flotante gracias al magnetismo (todavía en fase de prototipo, por supuesto), las video llamadas y los Google glass, las cámaras en celulares (que cumplen la profecía del Big Brother orwelliano), las imágenes holográficas están en pleno desarrollo, y la cirugía cosmética se ha vuelto algo común (alcanzando en muchos casos el grado de obsesión). El gran avance obviamente es Internet, cuyo alcance no acabamos de imaginar. Las grandes marcas como Pepsi y Nike ya anunciaron que lanzarán al mercado símiles de sus productos vistos en la película de 1989. 



            Lo irónico es que nos encontramos en una época que rinde culto a la estética de modas anteriores. La nostalgia por los 80’s del siglo XX se mantiene debido al incipiente poder adquisitivo de quienes nacimos en esa década.
 
             Hoy llega McFly a las 4 : 30 de la tarde, el futuro por fin nos alcanzó.
 


 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía no. 125, octubre 18 de 2015.)

16 octubre, 2015

Lo mejor de tu vida ⃰


El tiempo, como moneda de cambio, vive su mayor momento de depreciación. Relativamente se considera que disponemos de mayor tiempo de ocio que en otras épocas de la historia. La mayor parte de nuestras actividades, fuera de las horas laborales, se encuentran sujetas a acciones muy específicas de las que nos hemos vuelto esclavos. El llamado tiempo de calidad con la familia, la comida o la cena, se lleva a cabo en torno al televisor.

            Un efecto curioso, derivado de haber vencido la penumbra de la noche con la luz eléctrica, y así poseer más horas para el ocio, es la implementación del trabajo nocturno, el hábito arraigado de los horarios estelares en televisión, radio, o un mayor uso de redes sociales durante la noche, privándonos de valiosas horas de sueño reparador. Trabajamos más, dormimos menos, y encima, empleamos la mayoría de nuestro tiempo libre a ser telespectadores o a navegar en el ciberespacio. 

            Y eso hasta antes de que se tuviera un mayor acceso a los smartphones, y se ampliara el rango en la señal de internet. Lo cual ha propiciado que los usuarios estén al pendiente de las redes sociales durante sus horas de vigilia. Anteriormente la principal preocupación era el tiempo de nuestra vida que dedicábamos como telespectadores. Ahora podemos prescindir de los anuncios comerciales que inicialmente sólo invadían los espacios de la TV abierta, en el último par de décadas también han saturado los sistemas de televisión de paga, con excepción del Netflix cuya popularidad ha ido creciendo precisamente porque los usuarios han comparado un ahorro de tiempo al disminuir a cero los anuncios comerciales. Me permito citar la siguiente estadística: “La media de tiempo que están invirtiendo los suscriptores de Netflix viendo contenidos cada día es de 1,5 horas, mientras que por cada hora de televisión emitida en todo el mundo hay unos 15 minutos y 30 segundos de publicidad. Haciendo cuentas, Netflix nos 'ahorra' al año 130 horas de anuncios, que son unos cinco días y medio o 65 películas.”

            Ese es otro fenómeno que ¾quisiéramos pensar¾ ha hecho temblar a los grandes corporativos comerciales. Al popularizarse este sistema de TV online, las personas encuentran el mejor horario para disfrutar de series o películas. Al tener acceso a un gran catálogo de series con temporadas completas, pueden disfrutar de uno o dos capítulos por día. Finalmente han roto las cadenas que los subyugaban al encontrarse con que debían ver completita la barra de telenovelas del “canal de las que enseñan”, o chutarse semana tras semana las mismas películas una y otra vez. Ahora tienen al alcance de un click programas de calidad que no están sujetos a un horario fijo y depurado de espacios de anunciantes.

            Obviamente este sistema resultará benéfico si la persona sabe administrar su tiempo. En lugar de procurarse tiempo de calidad, se está de manera intermitente atendiendo los quehaceres del día, interrumpidos de tanto en tanto por las actualizaciones en redes sociales o responder el WhatsApp. Esa es otra cuestión que ha transformado nuestra interacción con la realidad. Ha cambiado nuestra forma de aprehender y apreciar los estímulos externos y la información que asimilamos a cada momento.

Un ejemplo concreto lo encontramos en nuestros erráticos hábitos de lectura. En cuanto a volumen probablemente leemos más que en otras épocas, pero se trata de información fragmentada: mensajes de texto, tweets, encabezados de posts, comentarios del Facebook, y de cuando en cuando los subtítulos en series y películas (si estas no cuentan con doblaje). Difícilmente llegamos a leer completo y de corrido un artículo de más de dos cuartillas, apenas se nos va la hebra, nos distraemos con cualquier ruido o regresamos a la pantalla del celular para revisar las actualizaciones. Ya no esperemos que alguien menor de treinta años sea capaz de leer un libro completo.    

Se objetará que muchas personas leen Harry Potter, las sagas Crepúsculo, Juego de Tronos o 50 sombras de Grey, en mayor o menor medida libros diseñados para entretener, y que cumplirán una función positiva si se convierten en libros de iniciación (que fomenten el gusto por la lectura y lleven a esos lectores noveles a buscar obras que verdaderamente reten y estimulen su intelecto). El problema se acentúa cuando analizamos nuestros hábitos de lectura y búsquedas en la red.

Un artículo de Nicholas Carr, ¿Google nos está volviendo estúpidos?, publicado en 2008, expresa su preocupación al encontrar que nos hemos habituado a esperar encontrar la información esencial en la inmediatez. Anteriormente buscábamos conceptos en obras de consulta o enciclopedias. Comprender un tema requería análisis y reflexión, revisar y comparar varios textos y autores, generando nuestro propio juicio: eso era adquirir un conocimiento. Ahora es de lo más común el proverbial “copy-paste”,  revisamos una o dos entradas, la infalible Wikipedia y alguna página especializada, siempre los primeros resultados que nos arroja el buscador.

Lo preocupante es que eso se ha vuelto la educación superior. Los estudiantes ya no asimilan contenidos, ni generan su propio aprendizaje. Sencillamente fabrican sofisticados acordeones y notas que memorizarán brevemente para los exámenes finales. Esos son los futuros profesionistas que México tanto necesita.

Llevamos esos hábitos de búsqueda a toda experiencia de vida. Como oprimir un botón que produzca espontáneamente un orgasmo, sin disfrutar del proceso de seducción o el jugueteo previo. Preferimos dócilmente la chispa de la vida que nos ofrecen los anunciantes. Simulacros de felicidad, tan efímeros que en lugar de sentirnos estafados recurrimos a estos y nos enganchamos como Sísifo haciendo rodar su roca cuesta arriba.

Neil Gaiman, creador de Sandman, dedicó dos miniseries a Muerte, hermana mayor de Sueño, tituladas: “El alto costo de la vida”, y “Lo mejor de tu vida”. La primera nos cuenta como Muerte encarna en una forma humana cada cien años por un día, y así experimenta la dicha y sufrimiento de ser mortal, enseñándonos que todo tiene un costo, y que tu experiencia de la vida será enriquecedora si estás dispuesto a pagar el precio. Se complementa con el segundo tomo, que expresa precisamente cómo nos empeñamos en conseguir algo que creemos es la felicidad, cuando en realidad ésta ya forma parte de nuestra vida, y lo único que necesitamos es: darnos cuenta.

Qué será entonces lo mejor de nuestra vida, disfrutar de una bebida de cola porque así lo sugiere el eslogan, o embarcarnos en esa búsqueda que nos permite apreciar eso que ya está en nosotros pero que de otro modo nunca seremos capaces de ver.

En la actualidad buscamos las instrucciones, la receta que nos brinde el secreto de la felicidad. Por eso se venden tirajes completos de: El secreto, Los cuatro acuerdos, o las obras de Paulo Coelho. La humanidad ha perdido el verdadero sentido de búsqueda. Seleccionando porciones de información aquí y allá no alimentamos nuestro espíritu, en cambio, con el acto de paladear y el esfuerzo de discernir la información, es como generamos nuestra propia experiencia de vida.
 
 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada.)

09 octubre, 2015

Guía de supervivencia para el lector novel ⃰




Con motivo de la 47 Feria del Libro en Aguascalientes (que concluyó el pasado domingo), se dedica este artículo a esbozar algunas notas a propósito de la lectura y los libros. No se trata de una apología, ni de un intento por concientizar a la población sobre la importancia de formar una sociedad lectora en México; para eso existen instancias y espacios más adecuados.

No es novedad hablar del libro como un objeto obsoleto y en desuso. Como medio de entretenimiento, el libro debe competir con la televisión, el cine, internet, y recientemente con dispositivos electrónicos (Tablets y Smartphones), que desempeñan la misma función, a la par que auguran su inminente desaparición.

El libro como objeto, se ha vuelto un lujo. Para volver atractivo su consumo, se le fetichiza, dotándolo de una serie de cualidades y características que francamente resultan innecesarias una vez que obviamos su esencia en el uso. Un buen libro no adquiere su valor en la presentación (portada, solapas, cubre polvos), cantidad de páginas, ilustraciones, o diseño innovador (tipografías, desplegables, pop-up), sino en la calidad de su contenido, lo raro de la edición (cuando se trata de un título o autor inédito en nuestra lengua, que nunca o hacía mucho no se editaba), la relevancia del tema que trata, así como el valor ¾sentimental o intelectual¾ que cada lector da a dicha obra.

En un artículo anterior, comentábamos acerca del impacto y modificación de nuestros hábitos de lectura (Autonomía, no. 122), con la aparición de nuevas tecnologías y gadgets; en esta ocasión enfocaremos nuestro análisis al “libro como artefacto”.

Las herramientas que han acompañado al hombre en su evolución cultural se han transformado significativamente pero en el fondo siguen conservando su “esencial simplicidad”. La utilización de la rueda se mantiene presente hasta nuestros días, pero ¿no era más obvio reproducir en una máquina el desplazamiento por medio de extremidades? Obvio, por supuesto, pero completamente impráctico. Ahora bien, ¿en qué ejemplo de la naturaleza se inspira el hombre para la utilización de ruedas? Ocurre algo similar en el lenguaje escrito. De la roca a la arcilla, de la madera al papel, el hombre ha escrito en cualquier superficie o material maleable. El acceso al conocimiento pudo democratizarse al atenderse dos principios básicos: reproducción masiva y practicidad. El pergamino fue el gran libro de la antigüedad, pero había que enrollar y desenrollar. Con la computadora (páginas web, blogs o procesadores de textos), recuperamos un poco esa costumbre. El libro, en cambio, representó la mayor revolución en cuanto a difusión y almacenamiento de información. La actual tecnología de pantallas táctiles recupera el “dar vuelta a la página”. Ha cambiado el medio pero en esencia las formas se mantienen.

La plataforma es otra, pero el formato persiste. El mejor ejemplo es la música. El concepto de disco nació como un formato. La duración de las canciones se debe a la difusión en radio. La era digital nos trae infinitas posibilidades, pero se sigue recurriendo a una fórmula que nació con la aparición del vinilo. La fotografía no sustituyó a la pintura, ni el cine al teatro, y probablemente las impresoras 3-D no desaparecerán la escultura. ¿Por qué seguir haciendo libros si existe el audio y el video? ¿Por qué seguir escribiendo novelas si terminarán adaptándose a cine?

El acto de leer un libro implica concentración. Te involucras con el objeto: físicamente, cuando subrayas una frase, o anotas un comentario al margen; y emocionalmente, cuando llevas en tu interior lo leído durante días o semanas. La experiencia de leer digitalmente implica otros procesos, como el uso de hipervínculos, complementar con audios, videos, imágenes o diagramas. Un verdadero libro electrónico implica aptitudes multidisciplinares. A título personal, compraré un libro electrónico sólo si me ofrece una genuina experiencia multimedia, de lo contrario sólo se tratará de un libro digitalizado.

El libro como artefacto seguirá existiendo, incluso como objeto compuesto de papel y tinta. Zanjado esto, prosigo con un par de apuntes sobre “ese algo” que puede cautivarnos al leer un libro.

Casi al principio de Alicia en el País de las Maravillas encontramos esto: “había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.” Son las palabras del autor lo que nos acompaña, y la manera en que cada lector las siente. No se requiere más.

Ciertos libros se vuelven clásicos, al grado de retratar una época. La novela que dio fama a Jack Kerouac, On the Road (En el camino), publicada en 1957, pero escrita algunos años antes, fue la gran novela americana que definió a la generación de la posguerra. Curioso que el autor compuso un rollo de 36 metros de longitud con tiras de papel, que tardó en mecanografiar 3 semanas, sin utilizar un sólo punto y aparte, lo que nos da un largo párrafo de unas 400 páginas. Lo narrado por Kerouac masificó un estilo de vida que cautivó a varias generaciones de jóvenes, quienes hicieron de la carretera su filosofía. En el imaginario del lector mexicano destaca un pasaje, en la última parte, cuando los protagonistas (Dean Moriarty y Sal Paradise) llegan a Ciudad Victoria en Tamaulipas, y conocen a Gregorio, que les consigue marihuana y los lleva a un prostíbulo donde todo el tiempo suena el Mambo. Al final de la escena, Kerouac sentencia: “…de pronto recordé que estaba en México, y no en una fantasía pornográfica de hashish en el cielo.

Otra novela que encuentra en la carretera y los moteles, el fondo para su puesta en escena, es Lolita de Vladimir Nabokov (1955), cuyo protagonista, Humbert Humbert, narra el profundo amor que siente por su adorada nínfula Lo. Muchos endilgan al libro la etiqueta de literatura erótica, cuando el pasaje más obsceno que podrán encontrar es el siguiente: “La pequeña Lo zarandeó mi pobre fuente de vida con energía y de la manera más prosaica, igual que si hubiera sido un adminículo inanimado desconectado por completo de mi ser.” Más admirable todavía, es que a pesar de las discrepancias anatómicas entre la “fuente de la vida” de Humbert, y un adolescente, Lo en ningún momento se pandeó (eufemismo para decir que no emprendió la retirada).   

            Un último ejemplo (pero no el único) de como un gran escritor sabe velar los aspectos más sórdidos, pero igualmente naturales en el ser humano, lo encontramos en Confesiones de una Máscara (1949), obra autobiográfica de Yukio Mishima, en la que describe cómo a los doce años descubre la angustia de poseer un juguete nuevo: “Ese juguete aumentaba de volumen en toda oportunidad y parecía insinuar que debidamente utilizado, podía ser fuente de delicias.” En particular, dicho juguete asomaba su inquisitiva cabeza, y se derramaba en gozo ante una reproducción del San Sebastián de Gido Reni.

Igualmente sutil encontrará el lector, y a pesar del título, Marranadas (Truismes), de Marie Darrieussecq.

 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada no. 124, Octubre 4 de 2015.)

02 octubre, 2015

DAYTRIPPER: Siempre se pierde el tiempo en morir lo innecesario ⃰




En un artículo anterior hablábamos del valor que damos a nuestro tiempo de vida, y dejábamos en el aire la pregunta: ¿qué tanto aprovechamos nuestros momentos, o instantes privilegiados, si en ocasiones damos prioridad a aquello que erróneamente creemos necesario?
Encuentro dos ejemplos sobre esta cuestión, que seguramente tendré presentes de por vida. El primero lo hallé en un cuento de Poe, El retrato oval, donde se narra la historia de un pintor cuya obra maestra implica inmortalizar a su amada; el clímax del relato ocurre cuando se recalca el ensimismamiento del artista en el lienzo, y deja de ver a su musa que posa infatigable. Una vez que concluye el cuadro, el pintor queda extasiado por su trabajo, y exclama con un grito horrorizado: “¡Verdaderamente es la vida misma!” El narrador concluye la historia al mencionarnos que luego de tal exclamación, el pintor regresa la mirada a su amada, que: “estaba muerta”. Un ejemplo actualizado de dicha situación lo percibo cuando voy a un concierto y la gente en lugar de disfrutar el espectáculo se empeña en grabarlo con su celular.
Fue tal la impresión que me dejó el relato de Poe, que todavía se me eriza la piel cuando lo releo. Y en cuanto al segundo ejemplo, se trata de un pasaje en La Nausea de Jean Paul Sartre, donde luego de muchos años, Antoine Roquientin, el protagonista, se reencuentra con un viejo amor, Anny, y al darse cuenta que ya no tiene nada en común con ella, le pide que vuelva a hablarle de los “momentos perfectos”, ella le hace una exposición que recuerda una anécdota de su infancia, y centraba su atención en los pocos grabados que aparecían en la Historia de Michelet, aproximadamente tres ilustraciones por cada volumen, y ella en su pensamiento infantil creía que esos pocos momentos eran muy significativos, pues fueron elegidos para ilustrarse por encima de otros.
Aquí podemos dar el salto a la narrativa gráfica, donde se cuentan historias como si se tratara de una película, si bien el número de fotogramas se reduce, a los instantes clave mínimos, para poder hilvanar en pocas páginas un relato lleno de matices.
En esta ocasión el sello Vertigo trae a México una historia diferente. Difícilmente habría llegado a nuestro país en otras circunstancias. Daytripper se publicó originalmente como una serie limitada de diez números, posteriormente se compiló como novela gráfica (en 2010), y es en ese formato como llega hasta nosotros. Una situación fortuita hizo posible esta edición mexicana, la visita de sus autores a la Mole Comic Con de este año, precisamente este fin de semana (del 18 al 20 de septiembre). Se trata de los artistas brasileños: Gabriel Bá y Fabio Moon, que a pesar del despiste que puedan darnos sus nombres, son hermanos gemelos.  
 
 
Ambos dibujantes, extremadamente talentosos, y cuando colaboran juntos tienen la capacidad de repartirse las labores de guión y dibujo según lo pida la historia que se proponen contar (casi siempre con un acabado en blanco y negro, pero en el caso de Daytripper cuentan con el experimentado Dave Stewart al color). La trayectoria de ambos podemos rastrearla a inicios de la década pasada, donde pasaron de trabajos de autor en su natal Sao Paulo (10 Pãezinhos), a colaboraciones en el mercado americano. Destaca la participación de Gabriel Bá con Gerard Way, antes líder de My Chemical Romance, en la atípica saga de superhéroes The Umbrella Academy (ya publicadas en nuestro país las primeras dos miniseries: The Apocalyse Suite y Dallas); con Matt Fraction en Casanova (serie de espionaje con tintes alucinógenos); mientras que de Fabio Moon podemos destacar su colaboración con Kirsten Baldock en Smoke & Guns, (novela gráfica de ambientación noir); o el esfuerzo que realizaron en conjunto para B.P.R.D.: 1947, serie de Mike Mignola (artista con el que comparten trazos en común), del universo Hellboy.   
 Para definir Daytripper bien podemos retomar la explicación que dan sus autores: “trata de la vida”. Es aquí donde cobra sentido el extenso preámbulo del inicio.
El hilo conductor de los diez capítulos, es la historia de Brás de Oliva Domingos, un escritor en ciernes (escribe los obituarios para el periódico), que al principio siente el peso de la sombra de su padre, Benedito de Oliva Domingos, quien es un autor reconocido, con una trayectoria de 40 años.
El protagonista se vuelve entrañable, lo acompañamos en los momentos clave de su vida, algunos son momentos trascendentales, otros son simplemente “situaciones privilegiadas” (como las llama Anny en La Nausea), aquellos instantes que son como la calma antes de la tempestad. Esto les quedará más claro al llegar al capítulo cinco de Daytripper, que narra la infancia de Brás, a los 11 años, ese punto del relato se centra en la familia, vista desde la perspectiva de un niño: la convivencia, los juegos, el lugar de reunión, el primer beso, en fin, el milagro de estar vivo.
 
 
De hecho cada capítulo se centra en un momento específico en la vida de Brás: a los 32, momento en que su padre, Benedito, alcanza el reconocimiento de su obra como escritor; a las 21, cuando la vida le trae el primer gran amor; a los 28, donde sufre una gran ruptura, pero la vida le tiene preparada una sorpresa a la vuelta de la esquina, en el momento menos esperado; a los 41, cuando la vida se torna una ironía, pues por un lado le trae la dicha de ser padre, y por el otro, le arrebata a su padre; a los 33, que está a punto de dar el salto en su carrera: consolidarse como escritor, y al mismo tiempo el mejor amigo se va; a los 38, disfruta la fama como escritor, pero no deja de pensar en el amigo ausente, y no pierde la esperanza de encontrarlo; y en fin, a los 76, viendo la vida en perspectiva, sabiendo que el fin está cerca.
¿Qué hace de Daytripper una historia entrañable, una gran obra? (Aquí viene el mega spoiler.) Muy sencillo, en cada capítulo el protagonista muere. Y en el siguiente capítulo continúa su vida donde la dejó. Sí y no, pues además podemos decir que Gabriel y Fabio intentan retratar “la vida misma”, y a mi juicio lo logran. En cierto modo, la constante presencia de la muerte nos pone contra la pared, nos sacude, nos shockea, pues en casi todos los casos llega sin previo aviso. Les apuesto que al estar leyendo hasta se les va a olvidar esta revelación. La clave es mimetizarnos con la historia de Brás, esto será cada vez más sencillo para aquellos que tengan la oportunidad de leerlo a una mayor edad, pues la experiencia pone las cosas en perspectiva, aunque a veces necesitemos de un jalón de orejas cuando nos empecinamos en ciertas ideas.
 
 
Una excelente propuesta de narrativa gráfica. Si no son asiduos a los cómics, pero disfrutan de una buena historia, les recomiendo ampliamente Daytripper. Al terminarla verán el mundo con nuevos ojos.
 
 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada Aguascalientes, septiembre 20 de 2015.)

08 mayo, 2015

DAREDEVIL: El hombre sin miedo



 

Existen personajes que esperan por un autor, una voz que los defina. Los X-Men esperaban a Chris Claremont, Swamp Thing por Alan Moore, Animal Man y Doom Patrol por Grant Morrison, y Daredevil esperaba por Frank Miller.

            La etapa de Miller es referente obligado no sólo del comic de superhéroes sino de la narrativa gráfica en general. Comenzando por sus encuadres, diseños de página y secuencias cinematográficas, así como el tratamiento de la historia, y el uso adecuado de los personajes secundarios como punto primordial para revestir a los protagónicos. El Daredevil de Miller se desenvuelve en una Nueva York decadente y sórdida, con problemas de pandillas y drogadicción, crimen organizado y servidores públicos corruptos. Además introduce a los ninjas de la Mano, organización criminal japonesa emparentada con los Yakuza; también aparece la guerrera ninja y femme fatale, Elektra, y el mentor ciego de Matt, Stick, ambos creaciones originales de Miller, que además redefine al Kingpin como un villano de mayor alcance (algo así como el hombre detrás de la cortina), y a Bullseye lo convierte en la némesis del hombre sin miedo.

 
 
            Posteriormente nuestro autor retomaría al personaje que le diera notoriedad y fama. En Daredevil: Born Again (con David Mazzuchelli en los lápices), números 227-233, del año 1986, Kingpin descubre que Murdock y Daredevil son la misma persona; Miller lleva a nuestro héroe al borde de la muerte, para finalmente sacarlo avante y recuperar al amor de su vida: Karen Page. Para muchos Born Again es la historia definitiva del justiciero de Hell´s Kitchen. También del año 86 es la novela gráfica Daredevil: Love and War (dibujada por Bill Sienkiewicz), cuya trama se centra en el amor que Wilson Fisk, el Kingpin de Nueva York, le profesa a su esposa Vanessa, y que no duda en cometer las peores atrocidades con tal de curarla en su enfermedad. Por último tenemos la magistral Daredevil: The Man Without Fear (trazada por un inmejorable John Romita Jr.), miniserie de 5 números, publicada entre los años 1993-1994, que a manera de Año Uno se encarga de contarnos el origen definitivo del personaje, sus motivaciones para convertirse en combatiente del crimen, y de cómo conoce a Elektra, siendo ella su gran amor de juventud.
 
 

            La miniserie “El hombre sin Miedo”, escrita por Miller hace más de veinte años, viene a cuento porque, el pasado 10 de Abril, se estrenó en Netflix la primera serie en colaboración con Marvel Television: Daredevil. Creada por Drew Goddard, esta serie expande el universo cinematográfico iniciado con los Avengers, pues centra la historia en el barrio de Hell’s Kitchen tras la Batalla de Nueva York. Esta primera temporada de 13 episodios, ¾que ya fueron vistos en su totalidad por quien escribe esta reseña, se previene al lector de los inminentes spoilers¾, posee muchas similitudes con la obra de Miller, y en particular con la miniserie dibujada por Romita Jr. Comenzando por el traje y capucha negros, que vuelven al protagonista más un vigilante urbano que un superhéroe, como el que se vio en la adaptación de 2003 protagonizada por Ben Afleck. Ahora bien, la capucha y el traje negro fueron usados por primera vez en la cinta The trial of the Incredible Hulk (1989); pero en esta nueva serie cobran mayor relevancia, pues dotan al protagonista de un sentido más realista tanto en sus motivaciones como en el desarrollo de sus capacidades para combatir el crimen.     
 
 

            Nos encontramos con los recién graduados en derecho, Franklin “Foggy” Nelson y Matt Murdock, que acaban de abrir su oficina de defensa legal en el barrio de Hell’s Kitchen, y el primer caso que atienden es el presunto asesinato cometido por la secretaria Karen Page. En realidad es una trampa para desacreditar a Page quién descubre transacciones fraudulentas en su empresa. Todo ha sido orquestado por la organización criminal liderada por un “jefe innombrable” (Wilson Fisk), quien está a la cabeza de: una facción de la mafia rusa (secuestro, trata de personas y extorsión), triadas chinas (producción de heroína), los yakuza, y el hombre encargado de manejar las cuentas y lavar el dinero, Leland Owlsley.  Murdock es un abogado ciego, de origen irlandés, católico y que quedó huérfano (su padre era el boxeador “Battling” Jack Murdock, asesinado luego de negarse a perder en una pelea arreglada), y que tras el accidente que lo cegó desarrolla un aumento de percepción en sus cuatro sentidos restantes, así como una especie de sentido radar que compensa su falta de visión. Es entrenado por el anciano, también ciego, Stick, en el uso de sus sentidos aumentados así como en habilidades de combate.

            Lo interesante de esta nueva propuesta es la frescura con que presentan la historia, lo bien caracterizados que están los actores en sus respectivos roles, y el cómo poco a poco se van integrando los principales elementos que conforman el mito del personaje. Comenzando por Matt Murdock / Daredevil (Charlie Cox), quien realmente nos convence de que su personaje es ciego, y además vive un conflicto entre su noción de la justicia obtenida por la vía legal, y el salir a la calle por las noches a defender a los débiles a través de la violencia, jugando en esto un papel preponderante sus creencias religiosas. En el otro extremo esta Wilson Fisk (Vincent D’ Onofrio), personaje antagónico que se obsesiona con querer salvar a Hell’s Kitchen de la podredumbre que la corroe, si bien para ello debe hacer uso de la fuerza y todos los recursos obtenidos ilícitamente a su disposición, y además aparece como un ser sensible, casi un niño, dotado de una desbordante capacidad para amar, que encuentra su cauce en la figura de Vanessa Mariana, y al mismo tiempo con la capacidad de causar el mayor daño a quien se interponga en su camino. Un villano que por momentos nos produce empatía.



            Llena de instantes memorables y acción trepidante, esta propuesta de Netflix, se antoja un paso adelante que bebe y aprende lo ya realizado por Christopher Nolan en su trilogía del “Caballero Oscuro”. Detalles como la inclusión de Claire (Rosario Dawson), primer interés amoroso de Matt en la serie, y un claro guiño a la “enfermera nocturna”, que llegará a curar las heridas sufridas en batalla por el enmascarado, y que al no conocer su nombre lo llamará “Mike” (claro giño a los fans que sabrán entender la referencia). O personajes como Leland Owlsley, the Turk o Ben Urich, recurrentes en el universo de Daredevil; la inclusión de Stick en el capítulo 7, o el combate con un ninja de La Mano (pelea que lo llevará a convalecer más de dos episodios); la inclusión de Melvin Potter como el sastre encargado de realizar el característico traje rojo (además en su taller vemos varios guiños a Gladiator); así como la mención de cierta chica griega que conoció Matt en la universidad y por la que aprendió a hablar Español.

            Serie altamente recomendable. Por cierto, el final de la temporada los dejará sin aliento, pues se preguntarán ¿y ahora qué sigue? El nacimiento de una leyenda.
 
 
J. S. Cainiz
 

20 febrero, 2015

El mejor Kafka vivió fuera de su escritura




                                                                                                                
 En la versión fílmica de Naked Lunch (David Cronemberg, 1991), William Lee sentencia: “dejé de escribir cuando tenía diez años, era muy peligroso”. A pesar de saberlo termina redactando reportes sobre sus vivencias en Interzona (Tánger).
            ¿Cuántos son los escritores que destinan su obra al recuento de sus vidas?, y de estos, ¿quiénes logran hacer de su vida la más importante obra, aún si el argumento conduce a la tragedia?  
            Franz Kafka es, por mucho, el escritor que mejor describe al siglo XX, y que incluso sigue vigente en nuestros días. Tal vigencia se expresa no tanto en la temática de sus obras como en el logrado reflejo de lo que en nuestros días aqueja al espíritu humano. Kafka mejor que nadie describe el vivir al día en sus personajes, algo que en la actualidad parece ser la norma. La Voluntad (entendida en la acepción schopenhaueriana), se manifiesta en el top five de las listas musicales de la semana. O parodiando a Heidegger: "Twitter es la casa del Ser" o lo que es lo mismo: #dasein.
            En Kafka, el individuo (Georg Bendemann, Gregor Samsa, Joseph K., K., o Karl Rossman) se ocupa exclusivamente de su situación presente, ya sea: despertar transformado en insecto, investigar en que consisten las acusaciones del proceso al que se le ha sometido, o que, después de abandonarlo todo se encuentre ante un castillo donde nadie le espera.
            Este ocuparse, este actuar, es lo que nos otorga existencia. No el desempeñar una función concreta pretextando que sólo para eso servimos, o que para tal o cual cosa fuimos diseñados. Simple y llanamente afirmamos nuestra existencia en la acción.
            Actuamos en el instante presente; no lo hacemos al evocar el pasado (Proust) o al solazarnos en las chaquetas mentales que producimos a diario (Joyce). Somos "agentes" de nuestro devenir ―nuestro proceso de ser―, escribiendo "reportes" que dan constancia de nuestras hazañas (Beckett). Muchas veces quisiéramos tirar la toalla, y decirle al mensajero que nos ha hecho el encargo: "preferiría no hacerlo"; renunciamos a ser escritores y nos conformamos siendo escribas (Mellville), meros copistas de documentos ya redactados. Elegimos no tener una voz propia.
            Los personajes de Kafka vivían su presente, intentando (sin éxito) salir de la ratonera. Condenados por una fuerza ciega: impuesta, quizá sin saberlo, por ellos mismos.




            Kafka fue uno más de sus personajes, sin duda el definitivo, y su historia está contenida en un libro sin título, cuyos capítulos se componen de los diarios y cartas que dejó. Destacan por supuesto, los capítulos: Felice Bauer y Milena Jesenska. El primero sobre todo porque influye en la trama de El Proceso (detallado por Elías Canetti en El otro proceso de Kafka). El epistolario kafkiano contiene una gran revelación que probablemente no se pensaba antes de Kafka:
            ...escribir cartas es comunicarse con fantasmas, no sólo con el fantasma del receptor, sino con el propio, que emerge entre las líneas que se están escribiendo... Los besos escritos nunca llegan a destino, sino que se los beben estos fantasmas en el camino.
            Escribir cartas es escribir para nadie.
            Quien escribe una carta no tiene la certeza de que la otra persona le responda, no tiene certeza siquiera que lea su carta, y en caso de que el destinatario la reciba y la lea, qué tanto podrá sentir las palabras. Es como estar en facebook y dejar un mensaje en inbox sin tener la certeza de si tu amig@ leerá el mensaje.
            Existe cierta clase de escritores  para quienes resulta atractiva la idea de insertarse en la realidad como un personaje de ficción, cuyas intenciones y sueños nos resultan más o menos claros; pero con Kafka no podría ser tan fácil como con sus personajes. Rehuye a toda reinterpretación, y lo hace explicándose a sí mismo, sobre todo con quien fuera su prometida: Felice Bauer. Se trataba de una relación a distancia y eso procuraba un mayor resguardo y seguridad al escritor. Seguiría por ese camino sobre todo en su relación con Milena.
            Pero existió un capítulo no escrito, el capítulo perdido en la novela sin título. Y lo conocemos por quienes convivieron con el autor en su último año de vida.
Kafka conoce a Dora Diamant durante el verano de 1923. El signo de su relación fue la cercanía. Lo más curioso es que los documentos o entrevistas en los que Dora relata la experiencia de haber sido la novia de Kafka, nos presentan otra faceta del escritor Checo. Destaca su capacidad de asombro ante las situaciones más cotidianas, su conocimiento de la naturaleza humana y principalmente su mirada, en la que Dora no encontraba miedo o timidez, sino fascinación. También enfatiza su viveza al hablar, como queriendo encontrar las palabras adecuadas a lo que busca comunicar.
Nunca dejó de escribir. Más que una compulsión, la escritura era para Kafka el aliento indispensable para seguir vivo.
La enfermedad que acabó con él, la tuberculosis, lo liberó del pacto que hizo con su escritura. Su vida dejo de reflejar la oscuridad de sus obras. Pudo, finalmente, separar al creador de la creación. 


J. S. Cainiz