16 octubre, 2015

Lo mejor de tu vida ⃰


El tiempo, como moneda de cambio, vive su mayor momento de depreciación. Relativamente se considera que disponemos de mayor tiempo de ocio que en otras épocas de la historia. La mayor parte de nuestras actividades, fuera de las horas laborales, se encuentran sujetas a acciones muy específicas de las que nos hemos vuelto esclavos. El llamado tiempo de calidad con la familia, la comida o la cena, se lleva a cabo en torno al televisor.

            Un efecto curioso, derivado de haber vencido la penumbra de la noche con la luz eléctrica, y así poseer más horas para el ocio, es la implementación del trabajo nocturno, el hábito arraigado de los horarios estelares en televisión, radio, o un mayor uso de redes sociales durante la noche, privándonos de valiosas horas de sueño reparador. Trabajamos más, dormimos menos, y encima, empleamos la mayoría de nuestro tiempo libre a ser telespectadores o a navegar en el ciberespacio. 

            Y eso hasta antes de que se tuviera un mayor acceso a los smartphones, y se ampliara el rango en la señal de internet. Lo cual ha propiciado que los usuarios estén al pendiente de las redes sociales durante sus horas de vigilia. Anteriormente la principal preocupación era el tiempo de nuestra vida que dedicábamos como telespectadores. Ahora podemos prescindir de los anuncios comerciales que inicialmente sólo invadían los espacios de la TV abierta, en el último par de décadas también han saturado los sistemas de televisión de paga, con excepción del Netflix cuya popularidad ha ido creciendo precisamente porque los usuarios han comparado un ahorro de tiempo al disminuir a cero los anuncios comerciales. Me permito citar la siguiente estadística: “La media de tiempo que están invirtiendo los suscriptores de Netflix viendo contenidos cada día es de 1,5 horas, mientras que por cada hora de televisión emitida en todo el mundo hay unos 15 minutos y 30 segundos de publicidad. Haciendo cuentas, Netflix nos 'ahorra' al año 130 horas de anuncios, que son unos cinco días y medio o 65 películas.”

            Ese es otro fenómeno que ¾quisiéramos pensar¾ ha hecho temblar a los grandes corporativos comerciales. Al popularizarse este sistema de TV online, las personas encuentran el mejor horario para disfrutar de series o películas. Al tener acceso a un gran catálogo de series con temporadas completas, pueden disfrutar de uno o dos capítulos por día. Finalmente han roto las cadenas que los subyugaban al encontrarse con que debían ver completita la barra de telenovelas del “canal de las que enseñan”, o chutarse semana tras semana las mismas películas una y otra vez. Ahora tienen al alcance de un click programas de calidad que no están sujetos a un horario fijo y depurado de espacios de anunciantes.

            Obviamente este sistema resultará benéfico si la persona sabe administrar su tiempo. En lugar de procurarse tiempo de calidad, se está de manera intermitente atendiendo los quehaceres del día, interrumpidos de tanto en tanto por las actualizaciones en redes sociales o responder el WhatsApp. Esa es otra cuestión que ha transformado nuestra interacción con la realidad. Ha cambiado nuestra forma de aprehender y apreciar los estímulos externos y la información que asimilamos a cada momento.

Un ejemplo concreto lo encontramos en nuestros erráticos hábitos de lectura. En cuanto a volumen probablemente leemos más que en otras épocas, pero se trata de información fragmentada: mensajes de texto, tweets, encabezados de posts, comentarios del Facebook, y de cuando en cuando los subtítulos en series y películas (si estas no cuentan con doblaje). Difícilmente llegamos a leer completo y de corrido un artículo de más de dos cuartillas, apenas se nos va la hebra, nos distraemos con cualquier ruido o regresamos a la pantalla del celular para revisar las actualizaciones. Ya no esperemos que alguien menor de treinta años sea capaz de leer un libro completo.    

Se objetará que muchas personas leen Harry Potter, las sagas Crepúsculo, Juego de Tronos o 50 sombras de Grey, en mayor o menor medida libros diseñados para entretener, y que cumplirán una función positiva si se convierten en libros de iniciación (que fomenten el gusto por la lectura y lleven a esos lectores noveles a buscar obras que verdaderamente reten y estimulen su intelecto). El problema se acentúa cuando analizamos nuestros hábitos de lectura y búsquedas en la red.

Un artículo de Nicholas Carr, ¿Google nos está volviendo estúpidos?, publicado en 2008, expresa su preocupación al encontrar que nos hemos habituado a esperar encontrar la información esencial en la inmediatez. Anteriormente buscábamos conceptos en obras de consulta o enciclopedias. Comprender un tema requería análisis y reflexión, revisar y comparar varios textos y autores, generando nuestro propio juicio: eso era adquirir un conocimiento. Ahora es de lo más común el proverbial “copy-paste”,  revisamos una o dos entradas, la infalible Wikipedia y alguna página especializada, siempre los primeros resultados que nos arroja el buscador.

Lo preocupante es que eso se ha vuelto la educación superior. Los estudiantes ya no asimilan contenidos, ni generan su propio aprendizaje. Sencillamente fabrican sofisticados acordeones y notas que memorizarán brevemente para los exámenes finales. Esos son los futuros profesionistas que México tanto necesita.

Llevamos esos hábitos de búsqueda a toda experiencia de vida. Como oprimir un botón que produzca espontáneamente un orgasmo, sin disfrutar del proceso de seducción o el jugueteo previo. Preferimos dócilmente la chispa de la vida que nos ofrecen los anunciantes. Simulacros de felicidad, tan efímeros que en lugar de sentirnos estafados recurrimos a estos y nos enganchamos como Sísifo haciendo rodar su roca cuesta arriba.

Neil Gaiman, creador de Sandman, dedicó dos miniseries a Muerte, hermana mayor de Sueño, tituladas: “El alto costo de la vida”, y “Lo mejor de tu vida”. La primera nos cuenta como Muerte encarna en una forma humana cada cien años por un día, y así experimenta la dicha y sufrimiento de ser mortal, enseñándonos que todo tiene un costo, y que tu experiencia de la vida será enriquecedora si estás dispuesto a pagar el precio. Se complementa con el segundo tomo, que expresa precisamente cómo nos empeñamos en conseguir algo que creemos es la felicidad, cuando en realidad ésta ya forma parte de nuestra vida, y lo único que necesitamos es: darnos cuenta.

Qué será entonces lo mejor de nuestra vida, disfrutar de una bebida de cola porque así lo sugiere el eslogan, o embarcarnos en esa búsqueda que nos permite apreciar eso que ya está en nosotros pero que de otro modo nunca seremos capaces de ver.

En la actualidad buscamos las instrucciones, la receta que nos brinde el secreto de la felicidad. Por eso se venden tirajes completos de: El secreto, Los cuatro acuerdos, o las obras de Paulo Coelho. La humanidad ha perdido el verdadero sentido de búsqueda. Seleccionando porciones de información aquí y allá no alimentamos nuestro espíritu, en cambio, con el acto de paladear y el esfuerzo de discernir la información, es como generamos nuestra propia experiencia de vida.
 
 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada.)

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