09 octubre, 2015

Guía de supervivencia para el lector novel ⃰




Con motivo de la 47 Feria del Libro en Aguascalientes (que concluyó el pasado domingo), se dedica este artículo a esbozar algunas notas a propósito de la lectura y los libros. No se trata de una apología, ni de un intento por concientizar a la población sobre la importancia de formar una sociedad lectora en México; para eso existen instancias y espacios más adecuados.

No es novedad hablar del libro como un objeto obsoleto y en desuso. Como medio de entretenimiento, el libro debe competir con la televisión, el cine, internet, y recientemente con dispositivos electrónicos (Tablets y Smartphones), que desempeñan la misma función, a la par que auguran su inminente desaparición.

El libro como objeto, se ha vuelto un lujo. Para volver atractivo su consumo, se le fetichiza, dotándolo de una serie de cualidades y características que francamente resultan innecesarias una vez que obviamos su esencia en el uso. Un buen libro no adquiere su valor en la presentación (portada, solapas, cubre polvos), cantidad de páginas, ilustraciones, o diseño innovador (tipografías, desplegables, pop-up), sino en la calidad de su contenido, lo raro de la edición (cuando se trata de un título o autor inédito en nuestra lengua, que nunca o hacía mucho no se editaba), la relevancia del tema que trata, así como el valor ¾sentimental o intelectual¾ que cada lector da a dicha obra.

En un artículo anterior, comentábamos acerca del impacto y modificación de nuestros hábitos de lectura (Autonomía, no. 122), con la aparición de nuevas tecnologías y gadgets; en esta ocasión enfocaremos nuestro análisis al “libro como artefacto”.

Las herramientas que han acompañado al hombre en su evolución cultural se han transformado significativamente pero en el fondo siguen conservando su “esencial simplicidad”. La utilización de la rueda se mantiene presente hasta nuestros días, pero ¿no era más obvio reproducir en una máquina el desplazamiento por medio de extremidades? Obvio, por supuesto, pero completamente impráctico. Ahora bien, ¿en qué ejemplo de la naturaleza se inspira el hombre para la utilización de ruedas? Ocurre algo similar en el lenguaje escrito. De la roca a la arcilla, de la madera al papel, el hombre ha escrito en cualquier superficie o material maleable. El acceso al conocimiento pudo democratizarse al atenderse dos principios básicos: reproducción masiva y practicidad. El pergamino fue el gran libro de la antigüedad, pero había que enrollar y desenrollar. Con la computadora (páginas web, blogs o procesadores de textos), recuperamos un poco esa costumbre. El libro, en cambio, representó la mayor revolución en cuanto a difusión y almacenamiento de información. La actual tecnología de pantallas táctiles recupera el “dar vuelta a la página”. Ha cambiado el medio pero en esencia las formas se mantienen.

La plataforma es otra, pero el formato persiste. El mejor ejemplo es la música. El concepto de disco nació como un formato. La duración de las canciones se debe a la difusión en radio. La era digital nos trae infinitas posibilidades, pero se sigue recurriendo a una fórmula que nació con la aparición del vinilo. La fotografía no sustituyó a la pintura, ni el cine al teatro, y probablemente las impresoras 3-D no desaparecerán la escultura. ¿Por qué seguir haciendo libros si existe el audio y el video? ¿Por qué seguir escribiendo novelas si terminarán adaptándose a cine?

El acto de leer un libro implica concentración. Te involucras con el objeto: físicamente, cuando subrayas una frase, o anotas un comentario al margen; y emocionalmente, cuando llevas en tu interior lo leído durante días o semanas. La experiencia de leer digitalmente implica otros procesos, como el uso de hipervínculos, complementar con audios, videos, imágenes o diagramas. Un verdadero libro electrónico implica aptitudes multidisciplinares. A título personal, compraré un libro electrónico sólo si me ofrece una genuina experiencia multimedia, de lo contrario sólo se tratará de un libro digitalizado.

El libro como artefacto seguirá existiendo, incluso como objeto compuesto de papel y tinta. Zanjado esto, prosigo con un par de apuntes sobre “ese algo” que puede cautivarnos al leer un libro.

Casi al principio de Alicia en el País de las Maravillas encontramos esto: “había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.” Son las palabras del autor lo que nos acompaña, y la manera en que cada lector las siente. No se requiere más.

Ciertos libros se vuelven clásicos, al grado de retratar una época. La novela que dio fama a Jack Kerouac, On the Road (En el camino), publicada en 1957, pero escrita algunos años antes, fue la gran novela americana que definió a la generación de la posguerra. Curioso que el autor compuso un rollo de 36 metros de longitud con tiras de papel, que tardó en mecanografiar 3 semanas, sin utilizar un sólo punto y aparte, lo que nos da un largo párrafo de unas 400 páginas. Lo narrado por Kerouac masificó un estilo de vida que cautivó a varias generaciones de jóvenes, quienes hicieron de la carretera su filosofía. En el imaginario del lector mexicano destaca un pasaje, en la última parte, cuando los protagonistas (Dean Moriarty y Sal Paradise) llegan a Ciudad Victoria en Tamaulipas, y conocen a Gregorio, que les consigue marihuana y los lleva a un prostíbulo donde todo el tiempo suena el Mambo. Al final de la escena, Kerouac sentencia: “…de pronto recordé que estaba en México, y no en una fantasía pornográfica de hashish en el cielo.

Otra novela que encuentra en la carretera y los moteles, el fondo para su puesta en escena, es Lolita de Vladimir Nabokov (1955), cuyo protagonista, Humbert Humbert, narra el profundo amor que siente por su adorada nínfula Lo. Muchos endilgan al libro la etiqueta de literatura erótica, cuando el pasaje más obsceno que podrán encontrar es el siguiente: “La pequeña Lo zarandeó mi pobre fuente de vida con energía y de la manera más prosaica, igual que si hubiera sido un adminículo inanimado desconectado por completo de mi ser.” Más admirable todavía, es que a pesar de las discrepancias anatómicas entre la “fuente de la vida” de Humbert, y un adolescente, Lo en ningún momento se pandeó (eufemismo para decir que no emprendió la retirada).   

            Un último ejemplo (pero no el único) de como un gran escritor sabe velar los aspectos más sórdidos, pero igualmente naturales en el ser humano, lo encontramos en Confesiones de una Máscara (1949), obra autobiográfica de Yukio Mishima, en la que describe cómo a los doce años descubre la angustia de poseer un juguete nuevo: “Ese juguete aumentaba de volumen en toda oportunidad y parecía insinuar que debidamente utilizado, podía ser fuente de delicias.” En particular, dicho juguete asomaba su inquisitiva cabeza, y se derramaba en gozo ante una reproducción del San Sebastián de Gido Reni.

Igualmente sutil encontrará el lector, y a pesar del título, Marranadas (Truismes), de Marie Darrieussecq.

 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía de la Jornada no. 124, Octubre 4 de 2015.)

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