20 enero, 2016

Meditaciones en una emergencia

Lo más curioso de un nuevo año, a medida que vamos creciendo, es lo rapido que pasa el tiempo. Todavía estamos padeciendo la resaca de fin de año, y en un parpadeo está por concluir enero. Dejo para ustedes lo último que me publicaron en el suplemento Autonomía en 2015.


Los últimos días del año permiten hacer una reflexión de lo que logramos en un ciclo más de vida. Algunos se dedican a hacer recuentos de lo mejor y lo peor en el cine, la música, y distintas formas de entretenimiento, o los acontecimientos más destacados en el panorama global. Lo principal es dedicar este tiempo a planificar desde la perspectiva de lo que dejamos pendiente en el 2015, y que ya no podemos seguir postergando.
Con la resaca de navidad, y el arrepentimiento de haber hecho gastos innecesarios, viene una sensación de culpa y desasosiego. Es precisamente ese el estado idóneo para meditar nuestro sentido en la vida. La perspectiva de cada persona será distinta. La profundidad a la que deben bucear en las insondables y atribuladas aguas del corazón humano, diferirá de persona a persona. No todos están listos o siquiera son conscientes de los demonios que tienen por enfrentar.
El título de este artículo viene a cuento, porque fue precisamente en este año que la televisión alcanzó uno de sus momentos más gloriosos con el final de Mad Men. Si hablamos de Meditaciones en una emergencia, nos referimos primeramente al libro de poesía de Frank O’Hara, que sirvió de inspiración a Matthew Weiner para vertebrar la segunda temporada de la serie que ha vuelto a Don Draper un ícono de nuestra generación. El libro de O’Hara alude en su título al del poeta John Donne: Meditations on Emergent Occasions, pero a diferencia de lo escrito por el poeta y metafísico inglés, las Meditaciones de O’Hara expresan un modernismo provocador.


El otro aspecto, es hablar de las meditaciones a las que cada uno llegamos en los momentos en que la vida parece acercarse a un tenebroso desenlace. En realidad difícilmente ingresaremos en este dilema de buenas a primeras, más bien podemos entrar en contacto con esta perspectiva de manera inesperada.
Son los momentos difíciles, cuando nos desencajamos del camino que creíamos nuestro sendero, o bien, sin proponérnoslo, entramos en contacto con ese camino del héroe que cada individuo debe seguir, y que finalmente dan cuenta de nuestro verdadero potencial.
Usando un ejemplo vigente en las pláticas de estos días, los personajes medulares del Episodio VII viven cada uno su propia encrucijada: están aquellos que huyen de algo, y en el proceso encuentran su fortaleza (Finn); los que tienen muy claro ese camino, y están dispuestos a sacrificar lo que sea a costa de alcanzar dicha motivación (Kylo Ren); y por último, los individuos que parecen conformes con una existencia gris, pero apenas cambian su contexto, resulta que tienen capacidades extraordinarias que no creían poseer (Rey).  
Cada uno de nosotros sabe en cuál de esas categorías encaja mejor su historia. Ahora bien, no son las únicas situaciones posibles, pero el ejemplo es lo bastante sugerente para poner en la balanza nuestra propia perspectiva. ¿Rehuimos a las responsabilidades que la vida nos va poniendo, abrazamos la idea de un sendero perfectamente trazado al punto de obsesionarnos, o bien, aceptamos estancarnos en una zona de confort por la promesa de algo que nos salve? Para cada situación habrá una respuesta, y casi siempre es respondida sobre la marcha, en las elecciones que tomamos a diario, o en la decisión de actuar inmediatamente, sin titubeos, con la convicción de encontrarnos en el lugar y momento adecuado.
Lo desconcertante de la vida es que son pocas las veces que entramos en sincronía con el instante. Por lo general, tenemos la sensación de hallarnos hasta el cuello de una espesa bruma que nos impide alcanzar la claridad. Pareciera que vivimos en el desfase, y al observar a aquellos que parecen fluir siempre, nos preguntamos que los hace funcionar, pero principalmente, en que nos equivocamos.
Regresemos un momento al caso Don Draper. Su historia de éxito alude precisamente a quienes van por la vida con la respuesta correcta, incluso pareciera que no se esfuerzan. Pero sabemos que Draper no es real, y no nos referimos a que sea un personaje de ficción, sino que en el contexto de la serie es una personalidad inventada para alcanzar el éxito (Kylo Ren), pues huye de su pasado, avergonzado por su cobardía en el campo de batalla (Finn), si bien, pasó de ser un chico que creció en un burdel para convertirse en un exitoso publicista de la avenida Madison (¿Rey, que empieza como chatarrera y termina pilotando el Halcón Milenario?). El leitmotiv de la publicidad es hacer atractivo y deseable un producto, ¿qué tan exitoso será aquel capaz de venderse a sí mismo como la encarnación del sueño americano?     
Es el poema Maiakovski, que aparece en las Meditaciones de O’Hara, y que lee Don Draper al inicio de la segunda temporada, representativo y revelador del temperamento que posee dicho personaje: “Ahora espero tranquilamente/ que la catástrofe de mi personalidad/ parezca otra vez hermosa,/ e interesante, y moderna.”

Podemos esperar que la catástrofe llegue a nuestra vida, ya la confrontaremos sobre la marcha como siempre hacemos, o bien, podemos anticiparnos con el conocimiento que nos otorgan experiencias pasadas. El cómo lo hacemos dice quiénes somos.

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