15 mayo, 2016

DADA: ABSURDO ANULA ABSURDO ⃰

En un texto previo de este blog, con fecha de febrero, celebrábamos el centenario de Dada. Continuando con las festividades, presentamos a continuación una crónica de lo que fue el origen de las vanguardias.

Como tal, el movimiento Dada nació el 5 de febrero de 1916, en Zurich. Fue en el Cabaret Voltaire, fundado por Hugo Ball, donde se revolucionó la forma de hacer y apreciar el arte en occidente. Ahora bien, es hasta el 15 de mayo de ese mismo año, justo en medio de la primera Guerra Mundial, que se publica un impreso titulado “Cabaret Voltaire”, en el que se utiliza por primera vez (de manera oficial), la palabra Dada para dar nombre al movimiento artístico que originó las vanguardias en el siglo XX. Por eso hemos querido dedicar este artículo a Dada, homenajeando una de las iniciativas que para bien y para mal ha señalado el rumbo de los últimos 100 años en lo referente a las manifestaciones artísticas y culturales. 
Es 1916, la gran guerra se extiende como una nueva peste negra en Europa. Algunos jóvenes, intelectuales y artistas, huyen a Suiza, territorio neutral. En la ciudad de Zurich, se siente el espíritu bohemio. Es el siglo XX, una era de maravillas: la fotografía, el cinematógrafo, el fonógrafo y el automóvil son parte de los usos y costumbres. Y el arte… es una época para sumergirse en las manifestaciones artísticas. Tres años antes Guillaume Apollinaire publicó Alcoholes (1913), y a partir de ese momento la poesía no sería la misma (Zona, poema con el que inicia el libro, es un abismarse a la cuarta dimensión, y prescinde por primera vez de los signos de puntuación). También fue la época en que Joyce escribiría su Ulysses (1922), precisamente en Zurich. Y qué decir de Picasso, sus Señoritas de Avignon (1907) tenían casi una década de haber sido pintadas; para ese momento el malagueño había puesto al mundo patas arriba con el cubismo.
Y con todos esos portentos, el pequeño gesto de un caberet internacional fue lo suficientemente provocador para hacer temblar a las buenas conciencias. El caos en el universo nunca había sido tan bien retratado, hasta ese momento.
Si bien Dada siempre se ha representado en la carismática figura del poeta rumano Tristan Tzara (el hombre aproximativo del monóculo), el movimiento fue posible gracias a la visión de Hugo Ball, escritor y productor alemán, quien apoyado por su amante y luego esposa, la actriz y bailarina Emmy Hennings, tuvo la inquietud de fundar un establecimiento dedicado a la pura expresión del arte, como único medio para sobrellevar el horror de la guerra. Podemos conocer toda la odisea a partir de su diario íntimo Die Flucht aus der Zeit (La huida del tiempo). Hagamos una breve reconstrucción de los hechos.
 Habiéndole pedido a Herr Ephraim el local de la calle Spiegelgasse, donde anteriormente se ubicaba la taberna Meierei, y desde ese momento, hasta ahora, se conocería como el Cabaret Voltaire, Hugo Ball procedería a publicar una nota de prensa invitando a la juventud artística de la ciudad para convidarlos a participar en: “recitales musicales y poéticos, sin tomar en cuenta una tendencia determinada, para que aporten sus proposiciones y colaboraciones”. El 5 de febrero responderían al anuncio un grupo de extravagantes entusiastas: Marcel Janco, Tristan Tzara y Jean Arp. Llegaron alrededor de las 6 pm, momento en que se daban los últimos retoques al establecimiento, colocando: “carteles futuristas, los arcángeles opulentos de Janco, y demás objetos de belleza”. Esa noche Tzara recitaría sus poemas sacando las hojas de lectura de los distintos bolsillos de su sobretodo.
A partir de ese momento cada uno colaboraba con lo que nacía del fondo de sus almas. Hugo Ball administraba el lugar, programaba los distintos actos y tocaba el piano para acompañar las canciones de Emmy y Mademoiselle Lecomte. Tzara declamaba canciones, hablando en francés y alemán. Posteriormente se les uniría Richard Huelsenbeck (amigo de Ball y “anti-amigo” de Tzara), y sus tambores africanos. La gran contribución de Janco vendría al confeccionar una serie de máscaras “negras abstractas”, y al usarlas, todos caerían en una especie de trance, iniciando una “danza trágico-absurda”.  

Posteriormente Ball se iría soltando, animándose a contribuir con poesía fonética y la declamación de algunos fragmentos de su novela avant garde inédita Laurentius Tenderenda. De hecho, sería esta faceta del fundador del cabaret la que lo llevaría a escenificar el performance más icónico y memorable hasta ese momento. Primero vendría el Poéme simultanée (cantado a varias voces), como una afirmación de la vida, aullándole a la sofocante tecnificación que nos deshumaniza. Lo que daría paso, una noche a finales de junio, a la recitación del poema abstracto fonético: O Cadji Beri Bimba. Para dicha actuación, Ball salió al escenario ataviado como obispo con túnica cubista, un traje diseñado por Janco y él, tan ajustado que no podía caminar (lo tuvieron que cargar hasta el escenario), pero tenía libres los brazos, y al agitar los codos parecía batir sus alas, por último, su tocado (de brujo moderno) cilíndrico de rayas azules y blancas. Ante el rabioso aplauso del público recitaría otros poemas: La canción de Labada a las nubes y La caravana de elefantes, llegando a interpretar estas composiciones con una “recitativa de estilo litúrgico”. Al terminar sería bajado del escenario como un “obispo mágico”. Luego de esta actuación Ball sufrió un colapso nervioso.
A pesar de lo desinteresado y lúdico del movimiento, siempre persistió la polémica sobre la paternidad del nombre Dada. Antes de la publicación Cabaret Voltaire, Dada aparece escrito en una entrada del diario de Ball, en abril de ese mismo año. Ahí narra cómo sugiere a Tzara el nombre Dada para bautizar a la revista donde tienen proyectado registrar las acciones y progresos de su movimiento. Se entiende el uso coloquial de la afirmación reiterada en lenguas eslavas: da-da. Y la otra versión del origen del nombre, es suscrita por Tzara como la epifanía de estar buscando un nombre al azar de entre las páginas de un diccionario, dando con un vocablo que en francés significa: caballito de madera. Lo cierto es que un espectador de las originales tertulias Dada estaría festejando “tanto una bufonada como una misa de requiem”.
Quisiera concluir esta aproximación con una cita extraída del diario de Hugo Ball: “Lo que llamamos Dada es una payasada que sale de la nada, pero que abraza todas las cuestiones supremas. Es un gesto de gladiador; un juego que se contenta con migajas tristes (…) El dadaísta ama lo excepcional, lo absurdo. Él sabe que en la contradicción se mantiene la vida, y que su época como ninguna otra antes, tiende a la destrucción de todo lo que es generoso. Por eso acepta con beneplácito cualquier clase de máscara, cualquier juego de escondite al que sea inherente una fuerza engañadora. En medio de la enormidad de lo antinatural, lo directo y lo primitivo le parecen increíbles.”

Dada no significa nada. Y sólo por eso, hoy más que nunca, a 100 años: todo es Dada.

 ⃰ (Publicado originalmente en el suplemento Autonomía no. 140,, mayo 15 de 2016  con el título: 100 años de Dada.)

No hay comentarios: