09 febrero, 2008

Si realmente ocurrió aquello que tanto nos afecta, la vida en verdad vale la pena. Un solo instante es más que suficiente para darnos cuenta de que no necesitamos más. Ello demuestra que tras el acontecimiento de la muerte nada importa. Como conjunto, nada en la vida tiene desperdicio, decir esto es aceptar que no hay karma y al no haber karma, la explicación de la mala fortuna es el autosabotaje. Las posibilidades podrán ser infinitas, pero en una cadena de decisiones a medida que se avanza se reducen las posibilidades.
Tomar el riesgo es más que un tiro de dados, es escribir algo que no puede ser borrado; nada se borra o se olvida pero contamos con una cualidad muy humana: la interpretación o la deformación, que no es otra cosa que la mentira. Si el presente es actuar a partir de un esquema de acciones pasadas que hemos deformado, la verdad no será mas que mínimos destellos de lucidez, instantes tan breves que difícilmente alteramos, porciones que no alcanzan la crónica, acaso el verso suelto o el haiku.
¿Para qué estamos aquí? No podría responder a eso, pero sé que pequeños fragmentos de acontecimientos no requieren ser explicados, y me basta el haberlos experimentado, pero me duele recordarlos.
Felicidad es todo lo fugaz y fugacidad es explícitamente muerte; si negamos la muerte negamos la felicidad. Experimentar lo fugaz es morir una parte de nosotros, quizá una minúscula porción. No creo que sea necesario vivir tanto; haber tenido demasiado no es una cuestión de saciedad sino de sensibilidad.

J. S. Cainiz. Copyright (c) 2008

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